8:35 p. m.
Al principio no supe qué era. Sentí un cambio sutil. Como si el aire entre nosotros hubiera cambiado de densidad. Todo seguía en su lugar, pero ya no se sentía igual. Ellos seguían hablándome, pero ya no les entendía nada. Me miraban como si quisieran memorizarme en vez de disfrutarme. Como si supieran que estaban por irse.

Tardé poco en notar que no era casual. No era cansancio, ni aburrimiento, ni desinterés. Era algo más profundo, más cobarde: era miedo. Me comenzaron a tratar con distancia amable. Como abriendo la puerta, pero sin invitarme a pasar.

Al principio me pregunté si había hecho algo mal. Revisé mensajes, repasé palabras. Fui tan suave como pude, tan sincera como supe. Me mostré sin esconder la fragilidad que yo también cargaba. Pensé que eso bastaría. Pero luego entendí. No se iban porque yo haya hecho algo. Se iban porque me estaban sintiendo cerca, porque estaban empezando a necesitar mi presencia. Y eso para algunos es suficiente motivo para salir corriendo.

Yo no sé actuar de otra manera. No me interesa medir lo que doy ni contener lo que siento. Cuando alguien me importa, le cuido. Le escucho. Le miro de verdad. Y ellos no fueron la excepción. A Dimenticare lo traté con paciencia, porque notaba cómo le costaba entregarse. Le hablaba con palabras suaves, no para convencerlo de quedarse, sino para que supiera que podía parlotear sin miedo. Nunca lo presioné. Le ofrecí espacio sin vacío. Calma sin indiferencia.

A Scordare lo miraba con ternura cuando tartamudeaba emociones que no sabía decir. Me hacía cargo de los silencios cuando él no podía sostenerlos. Y fingía ignorar esos ruiditos que hacía cuando se le quedaba atorado algo en el pecho, pero no se animaba a decirlo. Reí siempre que intentaba parecer desapegado o pesimista, porque se le notaba que en el fondo no era nada de lo que decía ser. No le reclamé nunca su huida intermitente. Solo le dejé claro que el cariño no era una trampa, ni un contrato, ni una deuda. Que había gente dispuesta a quererlo sin exigencias de ningún tipo.

Yo era así con ellos porque así soy. Porque no concibo otra manera de vincularme que no sea desde la presencia atenta, desde la autenticidad, desde esa dulzura que no espera aplausos, pero que a veces sin planearlo se vuelve hogar para quien no ha tenido uno. No lo hacía por estrategia, ni para que me quisieran. Lo hacía porque me nacía.

Y quizás eso fue lo que los asustó.

Dimenticare fue el primero en tomar distancia. Siempre parecía tranquilo, con esa forma suya de mantenerse neutro. No era frío, en realidad era eficiente. Tenía una mirada minuciosa que evitaba detenerse demasiado tiempo en lo inexacto. Conversaba elocuentemente, siempre con palabras rebuscadas que había aprendido con ahínco desde su soledad. Desde su racionalidad no dejaba rastro de emociones fuera de lugar. Me decía cosas lindas de vez en cuando, pero con “estructura correcta”. Como si se pudiera controlar lo que surge de improviso.

Scordare, en cambio, era todo lo contrario. Improvisaba detalles y me los daba impregnados de cariño. Decía cosas bonitas sabiendo que estaba cruzando una línea peligrosa. Y luego desaparecía. Después volvía, pero desaparecía otra vez. Y entonces me hablaba con frases genéricas, como si intentara convencerse de que yo era una más. Pero no lo era. Y eso lo desconcertaba. Su instinto era huir antes de que el cariño se volviera necesario.

Yo no le pedí a ninguno quedarse conmigo. Tampoco quise aferrarme. Aunque sí puedo admitir que me frustra un poco verlos rendirse antes de intentarlo de verdad. Ver cómo convierten lo que sienten en una amenaza. Cómo huyen de los vínculos como si fueran una enfermedad incurable. Como si querer fuera un accidente que hay que disimular.

Sé que intentan deshacerse de mí sin romperme. Que no saben cómo quedarse sin terminar atrapados. Que se están alejando no porque yo no valga la pena, sino porque saben que si me quieren del todo, ya no habría vuelta atrás. Y eso para ellos es insoportable.

Porque Dimenticare no soporta la idea de conservar algo que no puede dominar. Porque para él, todo lo que no se controla debe desecharse. Y confiar, para su mente ansiosa, es una anomalía. Algo que no debe propagarse. Y Scordare... él no tolera que algo se le quede en el pecho sin poder nombrarlo. Le teme a lo que se queda. A lo que no se puede reemplazar. A lo que incluso cuando ya no está sigue pesando.

No me lo dijeron nunca, pero lo sé. Me estaban queriendo. Y justo por eso empezaron a irse. A veces pienso que aún me sueñan. Que me piensan cuando escuchan ciertas canciones o cuando alguien más dice algo que yo solía decir. Pero no sé si se lo permiten. Tal vez Dimenticare ya enterró todo bajo nuevas rutinas. Tal vez Scordare lo disolvió entre cartas sin remitente. Ambos olvidando a su manera.

No sé si me recuerdan. No sé si todavía se emocionan cuando piensan en mí. Solo sé que de vez en cuando se me viene ese ruido. No de tristeza. No de rabia. Sino de certeza. La certeza de que me quisieron de verdad. Que no supieron cómo quedarse sin rendirse. Y que tal vez aún hay rincones donde mi nombre no se pronuncia, pero no ha dejado de habitar ese lugar.
12:14 a. m.

Una tarde sin nombre, ella entró al bosque nevado.

No era un bosque cualquiera, solo aparecía cuando las palabras huyen.

Llevaba puestos unos zapatos viejos que ocupó once años de su vida. 

Eran lindos, pero le apretaban en sitios que le incomodaban demasiado. 

Caminó entre raíces retorcidas y hojas que caían al revés. 

Todo parecía recordar algo que ella ya no quería traer consigo.

En el centro del bosque encontró una banca. 

Estaba vacía, llevaba esperándola un par de años. 

Se sentó. No lloró. Ya lo había hecho todo antes.

Sacó una cajita de su cartera. Dentro, había pequeñas cosas: 

la última foto a medias, 

un control roto de videojuegos, 

un boleto a Chile, 

una piedra negra que pesaba, 

una pequeña hoja arrugada con el diagnóstico que no tuvo voz 

y una miniatura de una casa, sin luces. 

Cada objeto era un fragmento que dolió, que faltó y que finalmente decidió dejar ir.

Sin ceremonia, enterró la caja bajo la banca. 

Usó solo las manos. No quiso que nada metálico tocara esa tierra.

Se quitó los zapatos con torpeza, como si le quemaran. 

Y debajo de ellos, colocó un secreto que no pronunciaría más. 

Solo dos almas lo saben.

Luego, sin mirar atrás, comenzó a andar descalza.

En el cielo flotaban letras sueltas: 

“Cómo acaba, cómo acaba…”. 

Ella sonrió. Fue su despedida.

Y se alejó.

En el séptimo junio.

El último.

O quizás no.

Porque a veces, todavía, sueña que alguien recoge los zapatos, los limpia, y se los pone.

Pero ya no son de ella.




4:45 p. m.

Ha reaparecido tu figura andante

y tu fuerza desdichada

en los caminos secos de mi tortuoso duelo.

Y he sentido intenso el olor de tu perfume

que ha vencido al petricor

de mis lágrimas tocando al suelo.


"¡He vuelto!" - me grita impulsivo un recuerdo

"¿Por qué hoy?" - me quejo en desacuerdo

"Hemos sanado..." - decreta un suspiro al final.


*****


Últimamente, he pensado en usted. No con nostalgia punzante, ni con esas ganas de volver que a veces se disfrazan de ternura. Lo he pensado como se piensa en un libro leído hace tiempo: recordando pasajes sueltos, más por lo que me hicieron sentir que por lo que realmente decían.
  
 Quizás echo de menos la emoción que traía con usted. Esa forma en que mi pecho se alborota cuando está emocionado. Las primeras citas improvisadas, las sonrisas tontas mientras ves profundo a los ojos, los tacos helados por no comerlos rápido, las pláticas de extra tiempo en el parqueo por no querer despedirse, el suspiro profundo cerca de un oído cuando el abrazo encuentra acomodo...
 
Y ahí lo noto: Extraño a esa versión de mí. La que se emociona, la que se pone nerviosa y se ríe por todo, la que siente que tanto deseo no le cabe en el pecho inflado de amor, que escribe historias de sus detalles favoritos en el día, que espera a los 70 años recordar con un libro lleno de anécdotas todo lo que implica tu maravillosa existencia. Extraño sentir que todo puede ser una escena de película, con "Tarde" de Siddhartha de fondo, mientras el viento me mueve el cabello en un road trip.
 
Ya no hay refugio en la calma; la he habitado, la he entendido, incluso la venero. Pero ahora, aunque a veces parezca difícil soltar lo quieto, he dejado la puerta entreabierta. No por nostalgia, sino por deseo: por si el viento trae una chispa y me encuentra sin avisar.

11:31 p. m.

Hay momentos en los que me detengo sin querer, y mi mirada se queda suspendida, fija en ningún lugar. No es que esté pensando en algo concreto. Es más bien como si mi mente estuviera flotando, quieta, respirando sin tener que entender nada. Y ahí, sin aviso ni intención, apareces.


No como un pensamiento que pesa, ni como una imagen que reclama sentido. Simplemente estás. Y entonces todo se aquieta. No hay preguntas, no hay ansiedad. Solo esa sensación de que el mundo no necesita explicación.

No sabría decir qué lugar ocupas en mi vida, ni me urge definirlo, pero tampoco eres solo alguien más. Eres... presencia. Constante, estruendosamente silenciosa, como el sonido de las hojas secas que cayeron al suelo y el viento sigue empujándolas.

No necesito hablarte para que estés. A veces basta con recordarte para que el ruido cese y vuelva a encontrar mi centro. Contemplar en mi mente una tranquilidad, hasta hace poco desconocida, como quien mira el mar sin esperar que el mar le responda.

A veces me pregunto si las cosas están destinadas a quedarse como son, o si, en su silencio, ya están diciendo algo más. Pero no lo fuerzo. Me basta con saber que estás y que llenas un espacio que no sabía que estaba vacío.

Y eso, honestamente, es suficiente.



La conoció un jueves. No de esos de atardeceres románticos o destino calculado. Era un jueves cualquiera. Ella llevaba una bufanda roja y las manos frías. Él pensó que se parecía a alguien que uno cree haber conocido en otra vida.

Hablaron poco ese primer día. Las palabras eran tímidas, pero los silencios se inclinaban el uno hacia el otro, como la naturaleza sobre el pavimento que busca al sol. Ella tenía una forma curiosa de mirarlo, como si estuviera viendo una película y adivinando el final. Una mirada analítica y perspicaz, que indagaba y conectaba con sus secretos. La primera capa: cautela con carisma magnético.

Volvieron a verse. Un café. Una caminata. Un silencio compartido que no pesaba. Y entonces, ella empezó a abrirse. Le habló de sus aficiones y de cómo aprendió a leer el mundo entre líneas. De una canción que solo escucha cuando está a punto de llorar. Cada palabra suya era una grieta en la madera, la muñeca brillante del interior cediendo, revelando otra más pequeña, más íntima. Fue otra capa: la margarita personal que se deshoja pétalo a pétalo al contar historias.

Una tarde, mientras ella hablaba, el sol le iluminó la cara y él pensó que ojalá la pudiera guardar así, ese instante, en una cápsula de tiempo que no la dejara huir, porque él ya lo presentía. Sabía que estaba abriendo puertas hacia habitaciones prohibidas, de las cuales uno siempre termina siendo retirado en contra de su voluntad.

La capa siguiente vino sin aviso en una noche con lluvia. Ella lo dejó entrar a su casa. No como se deja entrar a un visitante, sino como se invita a una parte de sí misma. Le mostró su biblioteca con libros subrayados, las figuritas de Spiderman sobre la repisa, el recuerdo de su abuelita paterna y el estrés postraumático. Se sentaron en el suelo, y con un par de cervezas vacías surgieron verdades recién nacidas:
—No me gusta que me esperen —dijo ella de repente.
—¿Por qué?
—Porque siempre acabo yéndome.

Él no respondió. No quiso romper el hilo invisible que la mantenía hablando. Ella continuó:
—Pienso que el amor es descubrir al otro. Pero me da miedo que alguien me descubra a mí. Porque una vez que sabes quién soy… no puedo volver a esconderme.

Y entonces, él la miró. Como se mira una herida que no pide cura, sino compañía. "No tienes que esconderte", susurró. Ella sonrió. Una sonrisa triste, como de despedida prematura.

Días después, fue él quien la encontró ausente. No de cuerpo, sino de alma. Estaba, pero no. Contestaba, pero con monosílabos. Le sonreía, pero con los dientes, no con los ojos. La muñeca de madera del fondo ya se había cerrado sobre sí misma. Y luego, simplemente, no volvió. No hubo cierre. Solo la ausencia como explicación. Él la buscó un tiempo hasta que entendió: ella era una muñeca que, al verse completamente desnuda, eligió volver a su caja.

Años después, él recibió una carta:
"A veces pienso que fui cobarde. Pero también pienso que algunas muñecas no están hechas para ser abiertas del todo. Gracias por haber llegado tan lejos. Gracias por no haber forzado la última capa. Aún estoy aprendiendo. Te dejo esta carta como testigo de que una vez fui tuya, aunque solo por un instante."

Él no respondió. Guardó la carta como la última pieza de la matrioshka.



El crujir de mi pecho se escuchó en cámara lenta cuando visualicé tu sonrisa delante de mí. Esta vez no había un diálogo entre nosotros, más bien una distancia marcada con dolo, como venganza por lo ocurrido al principio de la primavera.

Había previsto esta situación en los siete escenarios que imaginé alrededor de ti, de mí y de lo nuestro. Sinceramente había anticipado lo que ocurriría cuando este día por fin llegara. Pero incluso así fui incapaz de soportar el dolor.

Disimulé una sonrisa amistosa y traté de empañar en mi mente el recuerdo de tu cara de deseo y agitación en el pasado. De olvidar lo que juntos hicimos alguna vez, a escondidas del mundo entero. Y sin quererlo me convertí en tu cómplice en mi propio asesinato.

Te vi y me viste. Y en unos veinte segundos la vida se detuvo, después de las 4883 horas en las que tus ojos chiquitos de pestañas coquetas habían dejado de encontrarse con los míos. Y esos veinte segundos me duraron un suplicio entero.

No sé cómo me voy a recuperar de algo que pensé que no me iba a doblegar. Pero definitivamente aún quedan los rastros de tu pintura cósmica en mi cuerpo y en mi corazón. Voy a guardarme tus chistes inocentes y tu sonrisa foránea en el alma, y te agradezco en el fondo de mi corazón que me hayas recordado que sigo viva y sintiendo con intensidad. Gracias por los saltos cuánticos a la eternidad.


En otro plano, estoy recostada sobre tu hombro, en la cómoda tela de tu buzo. En esa dimensión puedo colocarme frente a ti y ver tus ojitos brillosos sin que me estorbe un intermediario digital. Puedo sonreír nerviosa y sentir el cosquilleo en mí cuando hacemos contacto visual.


En ese plano no tengo necesidad de imaginar cómo se siente acariciar tu cabello y rozar tu nariz con la mía. Puedo escuchar claramente el tono de voz suave cuando me cuentas los retos de tu día y puedo observar con nitidez la sonrisa que esbozas cuando te hago un cumplido inesperado. Puedo verte nervioso y puedo sentirlo vívidamente.


En ese plano puedo besar tus labios, los que tanto he saboreado con imaginación cuando te veo en la pantalla. En ese plano también podemos rozarnos la piel con el deseo que tanto hemos cultivado y por fin puedo hacer realidad las fantasías que alguna vez describimos con entusiasmo.


Y nada. En ese otro plano existimos vos y yo, cerquita. Tal cual como existimos en nuestro plano actual. Con la única diferencia que en el plano imaginario todo se vuelve eterno, y nos asegura que no va desvanecerse en el plano material de la realidad. 


Te voy a seguir guardando así, incluso con esta despedida: Gracias por todo lo compartido hasta aquí. En este viaje cósmico, coincidir contigo ha sido especial... un salto cuántico a Urano.




Sucedió otra vez. Mientras manejaba.

El cielo despejado comenzó a tener neblina. Pasó una señorita vestida totalmente de negro limpiando a mi alrededor. Pero ya no había nada, no sé qué limpiaba.

Emprendí el camino, me sentía desconocida. Tuve que tocarme el rostro varias veces para recordar que soy una persona real. 

Comencé a tener miedo. No había nadie alrededor, pero me sentía perseguida. Creo que era la lluvia. En el retrovisor veía como las gotas empañaban el vidrio trasero, pero adelante no necesitaba el limpiaparabrisas. Solo me acosaba por detrás.

Llegué a la calle infinita. Un gato comía los restos de un animal. No pude mirar bien porque de repente un auto me pitó por detrás. Que me diera prisa, traté de no aplastar al gato.

Paso esta calle todos los días al volver del trabajo, pero hoy estaba desierta. Y al final había una neblina morada. El carro que me seguía desapareció. ¿Dónde van los muertos?

Llegué al redondel, sentí más miedo. Quisiera que un carro me estrellara para despertarme, para sentir que soy real. Aceleré, pero mi cerebro dice que tenga cuidado. Que hay que girar a la derecha cerca de la San Martín.

¿Soy real? Me toco la cara otra vez para comprobar. Una moto aparece detrás. Acelera. Mi corazón también. Me siento perseguida.

Subí mi colonia. La moto sigue subiendo. Me persigue. Pero ya llegué a casa. Ya estoy en mi cuarto. ¿Cómo me parqueé? ¿Escribí bien esa conjugación de "parquear"? ¿La del espejo soy yo? ¿Por qué no me siento real?

No sé cuánto tiempo hice hasta mi casa. La playlist tenía canciones desconocidas, así que no pude medir el tiempo.

Me siento triste. Otra vez siento que todo es un sueño. Ni siquiera una pesadilla. Solo un sueño raro. ¿Por qué sigo aquí? Estoy bien, pero me siento rara. ¿Soy real?



12:33 a. m.
Lo que pienso de nosotros no se puede definir con un par de palabras. Me hace falta un mapa para poder mostrar el tesoro que has significado en mi camino. Hace un par de semanas tu chat marcó una notificación y la sensación de revoloteo volvió a mi cuerpo.

Vos no lo sabés, pero días antes de esta novedad te apareciste en mis pensamientos. Cuando miraba nuestro anime favorito y salió un detalle que me recordó a ti y al día en que nos conocimos. Porque vos siempre flotás en las cosas que me gustan, tenemos las mismas aficiones, escuchamos la misma música, frecuentamos espacios parecidos. Sonará cliché, pero "todo me recuerda a ti".

Y me gusta la sensación de tenerte conmigo aunque no estés aquí. Me gusta visualizar las casualidades que se vuelven causales. Porque siempre que te pienso vienes a mí, en sueños o de manera tangible en nuestra manera imprecisa de comunicarnos. Te traigo a mi vida con la fuerza de atracción de dos imanes que no pueden mantener distancia.

Y en estos días te pienso mucho, y sonrío. Imagino lo que estarás haciendo en tu cotidianidad, y sonrío. Te deseo con el mismo ímpetu de nuestro primer beso, y sonrío. Te imagino sonriendo, y sonrío muchísimo más. Incluso suelo escuchar la nota de voz con tu escueta risa burlesca por mi ignorancia, que jamás supiste que fue intencional. Y escucho ese audio en mis noches de nostalgia para sonreír contigo.

Me gusta pensar que seguimos avanzando en nuestros caminos y que finalmente se entrecruzarán. Me gusta cuando tu mensaje comienza con la frase de "vi esto y me acordé de ti"... Porque eso mismo me pasa, aunque no te lo diga. Y me gusta que ocupemos las mismas palabras para referirnos a las bromas que dijimos en aquella cita, frente a las luces de la ciudad.

Hoy que me ataca esta sensación agradable, he decidido contestar tu mensaje, el que dejé en visto hace un par de semanas. Porque no importa cuánto tiempo pase o la distancia que se interponga entre nosotros, siempre encontramos la forma de emerger. Como lo hace la terca flor desafiando al pavimento.



Las nubes grises del día nublan la visión, pero aclaran mi mente. De fondo escucho la playlist repetitiva del lugar de comida rápida donde decidí tomar el almuerzo. El día corre más fluido desde que me obligué a no pensar en ti. Dejé de recordar las vacaciones eternas en tu mundo despreocupado.

Este día añoré volver a probar tus labios, que recuerdo muy poco, por reprimirlos de mi existir como un mecanismo de defensa. Recordé tu cabello castaño moviéndose con la brisa del mar y como la luz del atardecer se colaba entre las arrugas alrededor de tus ojos brillosos. A tus veintes. Tan intempestivo como tú en mi vida.


Hoy no pienso dedicarte tantas palabras. He escrito este texto en medio de la pausa del trabajo. El que compartimos juntos, como colegas y amantes. Dónde solíamos fingir no conocernos, no desearnos. Donde tus manos disimulaban el tacto entre las mías cuando nos encontrábamos entre tanta compañía.

Hoy quise de nuevo videollamarte por la noche. Ver el brillo de la pantalla sobre tus ojos y visualizar tu risa nerviosa cuando destaco lo linda que se ve tu marca de nacimiento en el ojo derecho. "Como Sabo", dijiste. "Sí, igual de lindo. Apasionado como vos", dije. Reímos. ¿Qué fue de aquello?

"No pasa nada", la frase de siempre, martillando. Tuvieron que pasar estos meses sin ti para entenderlo todo. Pero hoy, desde el lugar de comida rápida del que estoy aburrida de frecuentar, decidí por fin dejarte. Y sí, irónicamente solo suelo irme de los lugares donde de verdad quiero estar.

Sus pestañas dormilonas

El brillito de la pantalla sobre su nariz

Su sonrisa nerviosa 

Lo apetecible de sus labios

Sus ojos en blanco cuando quiere evadir algo

La forma coqueta en que dice mi nombre

Su encanto al saludar al mundo

El acento cálido y agradable para mis oídos

Sus historias improvisadas

Lo que siento con su voz

Su empática sensibilidad

La habilidad que tiene de notar detalles

La habilidad que tiene de olvidar detalles

Sus mensajes para mantener el contacto

Las ganas de acortar distancia

Su inteligencia uraniana

La manera en que mantiene mi atención

Sus chistes inesperadamente predecibles

La manera bonita en que me hace reír

Las ganas que me dieron de escribir esto...


Sé quién es él.

Él no lo sabe.

Y supongo está bien así.





11:10 p. m.

Perdón por priorizar el orgullo antes que nuestra despedida. Por darle importancia a las cosas banales, que en la actualidad ya no existen, como tú.

Aún recuerdo el rosado de tus mejillas y los ojos brillosos que me miraban con cariño. Fueron más grandes las excusas que los momentos que compartimos, pero quedaron en mi alma casi tan indestructibles como tu cajita de girasoles que aún conservo.

Contigo aprendí que el tiempo valioso no se mide en cantidad, sino en la profundidad del amor que puedas expresar en él. Gracias por todo el cariño que me brindaste con tus cuidados, por la sonrisa callada cómplice de mis comentarios. Recuerdo con mucha felicidad mis visitas a tu morada.

Y a un lado de la cama, también se encuentra la fotografía que retrata una mediana edad. Con su mirada inocente y ocultando los años que aún le faltaban por vivir. Ahora está sobre el teclado con el que le cantaba canciones inventadas.

Contigo aprendí que para sentirse en compañía también basta el silencio. Que el lenguaje de amor va más allá de las palabras o el idioma compartido. Gracias por tu apoyo en mis momentos tristes, por estar para mí cuando lo necesitaba y cuando nadie más estaba. Recuerdo con mucha nostalgia tu dulce apariencia cuando dormías y la felicidad que me dabas.

Siempre te voy a recordar, con todo mi corazón, hasta el último suspiro de mi existencia. Gracias y perdón por todo.




10:42 p. m.

Siempre pensé que el tema de "las otras vidas" era un mito, que no era posible venir al mundo y experimentar conexiones "instantáneas". Pero te conocí y sentí por primera vez lo que era saludar a alguien con una familiaridad extraña, como si llevara mucho tiempo viéndole sonreír. Jamás en la vida me pasó algo como esto.

Hasta la fecha no creo que fuese algo mutuo, pero sí tengo claro que fue real. La conexión y la comodidad es innegable. Y es que aún no salgo de mi asombro al recordar ese instante. Por un momento mi alrededor pasó a segundo plano cuando vi el café claro de sus ojos risueños. El primer café claro que podría beber sin quejas de mal sabores.

"¿Alguna vez sentiste esta sensación de comodidad tan pronto? ¿Alguna vez alguien te inspiró tanta confianza desde el primer contacto?"... Quisiera haberlo preguntado para salir de la duda, pero nunca encontré la oportunidad. Y bueno, ya fue... Estoy acostumbrada a quedarme con las dudas atoradas en la garganta, excusadas con la alergia por el cambio de clima.

No pasa nada. Disfruté contemplarte en el inicio del verano, con el Maquilishuat floreciendo su rosada vestimenta y con el viento soplando el calor de la cuaresma. Espero haber disimulado correctamente lo encantada que estuve con tu personalidad sensible, la manera en que tus historias fueron envolviendo mi atención y la dulce caída que tuve a la realidad.

Y a la vez pasó mucho. Tomé un par de semanas para procesar lo que sentí cuando huí de mis emociones inesperadas. Porque jamás me había ocurrido algo así. Por primera vez no supe lidiar con lo que me recorrió el cuerpo, tuve miedo y no pude enfrentar que algo así me pasara sin ningún tipo de lógica. Porque el exceso de aire y la falta de agua en mi carta natal, me impiden enfrentar las emociones con fluidez.

Me prometí no saber más de ti. Obligarme a no ver nada con tu nombre. Ignorar todas las sincronicidades que me gritaran paralelismos con tu experiencia. Y ha funcionado un poco. Ya no estoy a la expectativa de volver a encontrarte y ya no sigo idealizando lo que me provoca pensar en tu sonrisa y el movimiento de tu cabello ligero.

Sin embargo, en la distancia conecté con una idea. Vos me hiciste ver reflejado lo que soy. Lo que sigue ahí y pensé no volver a ver en mí. Las ganas de reír con anécdotas, la luz naranja del atardecer en compañía, los pequeños detalles, la complicidad en el trato... 

Me hiciste conectar con lo que quiero ver de mí y por eso serás siempre especial. Porque aunque pudiera parecer algo precipitado o algo sin sentido, me alegra lo intenso que fue experimentarlo. Y me quedo con eso, con lo que realmente importa: ser consciente de mi capacidad para abrirme y escuchar mis sentimientos. 

Por mí, por el mañana. Gracias.





4:28 a. m.
Mi querido compañero de aventuras, el de las cumbres más desafiantes y satisfactorias del amor. No puedo describir todo lo que me hace sentir tu sonrisa frente a mí, la magia que me transmite tu mirada cuando me clavas tus ojos y dices mi nombre, sin adorno alguno. Estoy celosa de la sombra que te acompaña cuando el rayo del sol te ilumina en las mañanas y de las luces de la noche que respaldan tu camino a casa.

Sos un domingo de cine, palomitas y pláticas felices. Sos los días de descanso dándonos besitos de nariz con música de Alex Ferreira de fondo. Las risas cómplices de los Tik Toks bajeros y los memes hirientes. Me deja sin aliento el privilegio de verte sonreír y que sea junto a mí y por mí. Eliminaste viejas culpas e inseguridades, le trajiste un sabor fresco de coco a mi pasado que dejó un gusto agridulce.

¿Habré pasado ya las pruebas necesarias para traerte hasta mí y ganar tu compañía hasta el final de mis días? Conviertes los días lluviosos de mi alma en ríos perfectos para navegar barcos de papel. Me haces soñar en futuros cercanos: una casa de campo y vacaciones en Machu Picchu. Sos luna de miel eterna, quédate conmigo hasta que el último suspiro de vida se escape de mi cuerpo.

Contigo los días en la comodidad de casa o los días en el ajetreo de la calle son igual de placenteros. Das paz a mi espíritu y coraje a mis decisiones. Amo tu personalidad hogareña con pizcas de aventura y riesgo. Sos la combinación perfecta de quietud y agitación. Me llenas de vitalidad con tu energía de vivir, apagas mis miedos antes de dormir y llenas de optimismo cada nuevo amanecer.

Gracias por tu apoyo en mis días tristes, tu abrazo en el silencio da refugio a mi tristeza. Gracias por tu interés constante, por indagar sobre mis sueños y aspiraciones, y acompañarlos hasta la línea de arranque. Gracias por acompañar mis hobbies y ser mi mayor fan en las tonterías de mis performances capricornianas. Soy el aire que enciende tu fuego y nos mantiene calientitos.

Tus besos son agua fresca que sacia mi sed, tus manos son el motor que enciende mis pasiones. La dulzura con la que tocas cada rincón de mi cuerpo estremece todo mi ser. Quiero seguir despertando con las cosquillas de tus dedos de los pies sobre los míos. Con tus pestañas abanicando mi rostro cuando estás cerquita de mí: "Buenos días, mi solecito".

Sos el arrullo de una canción de amor en mis audífonos, un bolero que me inspira el suspiro. El lienzo donde dibujo mis mayores sueños y el pincel con el que pinto mis coloridos textos de amor. Sos mi musa y mi arte, el punto de fuga donde se entrecruzan todos los caminos de la felicidad. Sos cielo y suelo, fantasía y realidad. El beso dulce de tu boca en las mañanas al despertar.

Sos mi casa y mi familia. Las ganas de descansar viendo Netflix y lavar nuestros trastes después de la cena. Sos la pared vacía que juntos decoramos con nuestras huellas de amor y compañía. Las navidades en familia y las vacaciones de semana santa en el ranchito de occidente. Los besos al atardecer con la brisa del mar acariciandonos, las ganas de quedarnos para siempre en nuestra quietud.

Contigo he encontrado la felicidad que deseaba, de saberme libre en todos los aspectos de mi vida, pero acompañando esa libertad con tu presencia. Me haces planificar un futuro, pero disfrutando también del azar en las sorpresas que me das. ¿Cómo es que somos tal para cuál? ¿Cómo es que te he encontrado en este inmenso mar llamado vida? Sos mi pirata favorito. ¡Ahoy!

Llegaste de forma inesperada y extraña, pero quiero seguir teniendo tu sonrisa como impulso y acariciar tu cabello ondulado mientras llega la noche y nos despedimos de otro día juntos. Sos todo lo que he manifestado y ahora está aquí. Un día lo escribí en un pequeño blog, luego de verte claramente en un sueño. Y un día leí todo lo que sabía de ti, antes de por fin conocerte. Porque lo que está destinado a ser, llegará por fin en el momento indicado. Lo que era desierto, será un acierto...



Quiero que quede escrito este recuerdo, de lo que he visto este día en sueños, como una premonición. Que si algún día existes, puedas reconocer que te vi previamente en los instantes que ahora describo, y que pasaron justo cuando conectamos. No importa lo que suceda en el futuro.

Varias horas de viaje y cientos de kilómetros separan cualquier intención de posteridad, pero nada de eso importa. Definitivamente te estoy idealizando sin conocerte aún, pero no sé cómo evitarlo. Contigo todo se siente vívido, como si toda mi experiencia previa nunca hubiera existido antes de ti. Y no me importa nada esta intensidad, quiero pilotear esta nave aunque estrellarme fuese un posible final.

Creo que cuando nos encontremos, nos sentiremos libres y cómodos. No habrá problema con apresurar besos y sentires. Seremos hogar para ambos y sentiremos que nos conocemos desde mucho antes. Todo lo nuevo y diferente, las ganas de explorarnos y encontrarnos será fácil. La dulzura y la fuerza que pueden combinarse en un encuentro, el saborear cada rincón de nuestros besos.

No hay más sincronía que la que nos cruzó por casualidad. No sabía que se podía sentir tanto por alguien en tan poco tiempo, jamás me había sentido plena como lo sensación que tengo contigo. Sé que sos la mejor experiencia que he tenido en mis tres décadas. Nada se compara contigo.

¿Estoy exagerando? Puede ser. Pero en definitiva podría intercambiar sin dudar todo lo que ya viví con otros por más tiempo contigo. Puedo irme de este espacio y ser forastera en otros lares. Escuchando un acento marcado contándome de sus ex amores mientras le cuento de mis desventuras.

Agradezco la oportunidad de coincidir, que no tengamos claro cómo pasó todo, pero que ambos estemos disfrutando este privilegio. Voy a aprovechar cada minuto que pueda gozar de tu compañía, aunque esto pudiera estar condenado al estancamiento o el fin. Me encantas. En serio me encantas. Y sé que lo sabremos cuando estemos frente a frente.



10:57 p. m.
Hoy no hay un concepto previo, solo una extraña sensación de dolor que molesta e incomoda un poco. Un dolor que no pensé encontrar, y que ya tiene un año de retraso. Pero enfrenté esto en una onírica figura lejana, más lejana de lo que había imaginado. Y dolió, como no pensé que doliera o como yo me lo oculté tiempo atrás.

Te vi en los aposentos de Morfeo y sí, sí tenía claro el presente tal y cual acontece en este momento. No te vi ni más cercano ni más ideal. No me sentí sorprendida ni abrumada al tenerte presente. Te vi como supondría verte en la realidad, con el rostro dubitativo y un olor rancio a despedida inconclusa.

Pero la visión fue mucho más cruel de lo imaginado y te encontré corriendo por el patio de mis sueños fallidos, pisando con energía las marchitas flores de esperanza. Y aunque pensé no sentirlo, te extrañé muchísimo. Con toda la fuerza que omití en el pasado, con una punzada en el estómago y un vacío en el corazón. Extrañé tu voz diciendo mi nombre, pues ya no la recuerdo y como dice la canción, eso fue lo último que me quedaba de ti y se esfumó por completo, mientras jugabas en silencio por el jardín.

Entendí que el vacío estaba guardado por algún lado que desconocía y su acertijo por fin fue revelado. Y en ese lapso no pude ahogar las ganas que me quedaron de abrazarte y devolver el tiempo, mucho antes de haberte conocido. Y congelar ese contacto extraño, antes de todo. Antes de ti. Antes de nosotros.

Pienso muchas cosas. Una de ellas es que quizá duele el no tenerte, pero extrañamente no te quiero para nada conmigo. Es extraña esta manera de extrañar. Porque me duele y me molesta demasiado. Quisiera solo poder abrazarte un día, sin que eso signifique algo, sin que tengamos que dar explicaciones. Abrazarte y sustituir el último abrazo chueco que te di. 

Quisiera tenerte conmigo por un instante sin poseerte en lo absoluto. 

Porque por instantes extraño la calidez que alguna vez encontré en tus brazos, la sensación de familiaridad y seguridad. Extraño la paz de estar bien contigo y que tú estés bien con mi presencia. No quiero pensar, solo abrazarte una vez. No sé por qué ansío tanto el contacto contigo, pero nada sexual, ni nada romántico, ningún interés en encender viejas hogueras. Solo el contacto de alguien que extraña ese único detalle y fingir por un momento que no eres la persona que al final conocí en el ocaso de tus mentiras.

Por primera vez quiero arrancarme el dolor que me provocas en el fondo y que se esconde y no tener que fingir que no está aquí. Porque aunque el noventa y nueve por ciento del tiempo no esté, ese uno que le falta desbarata a mis complejos obsesivos compulsivos. Te extraño mil veces en este minuto, no sé cómo explicarte cuánto te extraño en cada golpe de la aguja segundera de este momento. Quisiera que hubiese una excusa para abrazarte y borrar tu memoria. 

O quisiera solo poder morir en ese pensamiento.

Pero vuelvo a la realidad, esta matrix de tortura que nos gobierna. De cualquier manera, tu partida me hizo sentir nuevamente dolor y el dolor me recuerda la ausencia del placer y de la felicidad que se extravió con tu presencia. Y me siento extrañamente viva. Entonces agradezco que este dolor exista y me haga valorar esta sensación. Repito: es extraña esta manera de extrañarte. Y creo que me gusta. 

Porque quizás no te extraño a vos, sino a esa sensación que me quedó. Lo que no tiene nombre...



Hay días como hoy en los que no sé si podré rechazarte. He tratado de ignorarte en medio de reels de motivación y tiempo con amistades. De verdad que mi sonrisa se siente bastante natural, de verdad creo que he logrado mejorar muchas cosas y trato de convencerme de que soy muy feliz. Pero te sigo viendo detrás de todo.

Llevo tres años sintiéndome mediocre, recogiendo las migajas de lo útil que me sentí alguna vez. Todavía no se me quita el pensamiento de pesadez y molestia cuando despierto: "¿Tengo que enfrentar otro día más?".

Todos los días me hago la promesa de que el día siguiente será aprovechado, me prometo levantarme temprano y hacer cosas que me vuelvan a hacer sentir bien. Pero son las 02:35pm y sigo en la cama, no pruebo ni un bocado en todo el día, finjo que el ejercicio del gimnasio está funcionando y que por eso estoy bajando de peso.

Salgo un momento de casa por las noches, manejo 10 minutos de ida hacia el lugar donde "libero estrés", es una distracción más. De regreso a casa pienso por unos segundos en qué pasaría si sobrepaso los 100km/h que manejo sobre la carretera. Quiero cerrar los ojos y que el golpe del parabrisas me reinicie la vida en otra época, tal vez ya no me siento como ahora.

Me he alimentado de otros cuerpos para sentirme deseada, para lidiar con las pulsiones. He disuelto vínculos sinceros que me pretendían. Me alejé de mi terapeuta con la excusa de escasez. He ahogado algunas penas al escribir, he soñado escenarios alentadores.

Trato de que nadie vea el sentir detrás de la cámara de mi celular en la selfie motivadora frente al espejo. No tengo ganas de llorar, tengo meses de no hacerlo, pero no siento que la vida valga lo suficiente. Ya no quiero hacer nada, quisiera que hubiera un método para irte sin que la despedida sea mala para la gente que te quiere. Y no hay ninguna persona con la que pueda hablar sinceramente de esto sin que me dé el sermón de resiliencia.

He creado una vida artificial que me mantiene conectada a este presente, pero sin ganas de un futuro. Quiero estar en medio de la nada y que un rayo fulminante aterrice sobre mi sien. Quiero caminar por la calle y que un imprudente me desvanezca de la tierra. Quiero podrirme por dentro y que esa podredumbre termine con mi pesar.

Vida, me has conocido desde siempre y ahora tengo que decirte que debes buscar un mejor anfitrión. El dolor de estómago por el hambre a veces se confunde con el dolor que siento en el pecho.

Un día el dolor me confrontará otra tarde solitaria y no tendré la fuerza para rechazarlo. Si eso pasa y alguien lee este relato, quiero que sepan que siempre me sentí querida por mis amistades y mi familia. Mis tiempos tristes mejoraron mucho. Pero no sé qué pasó, no le di el seguimiento a lo que crecía en mi mente y ahora ya no sé cómo lidiar con esto. Al final siempre vas a ser inútil y la gente que crees que te quiere o te valora siempre te va a cambiar por alguien mejor.



He tratado de armarme de valor para decirte lo que pasa contigo y conmigo. Nunca he sido buena en esto de expresar lo que siento y menos cuando te tengo cerca y tus ojos brillosos me miran de forma coqueta. He decidido escribirte y que las letras en conjunción con mi ansiedad quizás puedan darte claridad.

Me gusta el aire de novedad que le trajiste a mi vida, la forma tan extraña en la que nos conocimos, las primeras palabras que dijiste y que me hicieron reír. Llevaba un tiempo forzandome a ignorar lo que me dolía y fingiendo una sonrisa en las redes sociales, pero tus palabras genuinamente me devolvieron las ganas de sonreír.

Me gustan tus aficiones y tu profesión, encontrar similitud contigo en lo que fui y en lo que soy ahora. Me recuerdas mucho a los sueños que tenía de niña, pero vos los transformaste en realidad para ti. Me gusta que aunque estudiemos la mente, vos te vayas por el lado que yo no escogí transitar. Sos valiente y determinado, valores que a veces a mí me faltan.

Me gusta tu barba y tu sonrisa, la forma en que adornan tu rostro amable, y cómo te da igual la manera en que tu cabello desentona con tu traje de negocios. Tu perfume es adictivo y me encanta cuando te acercas y puedo sentir tu olor y tu calor corporal. Hago un esfuerzo por disimular el deseo que me provocas, pero es inevitable engañarte. Lo sabes desde el primer día en que nos vimos.

Me gusta el febrero que nos concedimos como excusa de amistad, las experiencias nuevas que repetimos en marzo y que me volvieron loca. La sensación de tus besos y la suavidad de tus manos. Tu dulce forma de preguntar si todo estaba yendo bien, tu preocupación por pagar el ticket del parqueo del hotel. Tu "avísame cuando estés en casa" con tu beso de despedida.

Me gustan nuestras videollamadas, los besos que me mandas a través de la pantalla. El esfuerzo que haces para mantener el contacto, tus mensajes puntuales cuando salgo de mis ocupaciones. Me gustan los videos de las vistas nocturnas en restaurantes de tu ciudad que me compartes desde que sabes mi afición por las lucecitas. Las fotos random de tu sonrisa deseandome un día lleno de felicidad y amor. Tu leve ansiedad cuando demoro en contestar.

Me gustan nuestras charlas de filosofía, de política, de fútbol, de videojuegos, de cocina. Me gusta tu compatibilidad con mi signo zodiacal, que respetes mis gustos y que te intereses por mis aficiones. El tiempo que compartimos nunca ha sido una pérdida, las horas escuchando tu voz siempre han sido mágicas. No puedo quejarme de cuánto me has hecho crecer en estos meses.

Sin embargo, aunque me guste todo esto, no estoy segura de si me gustas tú y más conflictivo aún, de que me guste yo misma contigo. Y esto no tiene nada que ver con la sensación magnífica que me provocas, ni con la felicidad que le brinda tu compañía a mi aburrida existencia. Es la duda latente que atraviesa mi mente y la atormenta. ¿Serás vos lo que el oráculo me dijo alguna vez o simplemente estás sanando a mi corazón por un tiempo?

No puedo garantizarte la respuesta y me molesta mucho no poder hacerlo. Eres lo que hasta este día me ha mantenido a flote, pero no mereces ser ese salvavidas. No quiero hundirme, pero yo misma puedo estar siendo un ancla para ti. Y no me gusta eso, no me gusta la sensación de llevar a tocar fondo a otra persona, tal como me lo hicieron a mí. Y aunque después de la tormenta viene la calma, no quiero que tengas esperanzas en un arcoiris que tal vez no vendrá.

Y entonces, si luego de esto decides marcharte, no estaría en contra más bien es lo que prefiero. Pero si decides quedarte, quiero que tengas claro a lo que te expones. Estamos condenados a vivir ciclos que se repiten y lo que para vos puede ser un comienzo, para mí puede ser tan solo un lento final. 



Es el peor momento de mi vida y a la vez la mejor etapa de mi existencia.

Hoy te soñé en una fecha importante, pude abrazarte y saludarte. Por un momento fue como si nunca hubiese pasado el tiempo entre nosotros... Lo bueno de los sueños lúcidos.

Pero a medio sueño caí en la cuenta de que eso no era real y que la sensación de comodidad y felicidad solo era parte de lo que mi mente quería crear para darme paz... Lo malo de los sueños lúcidos.

Entonces recordé todo lo que ha pasado desde que te marchaste. Las aventuras que he tenido, la felicidad que he encontrado. Vi pasar los enamoramientos fugaces que he sufrido y mi capacidad para romper corazones también.

Y en días como hoy, me gusta pasear la cajita de recuerdos que guardo en mi mente. Me gusta verte dormido o peleando con escuadrones. Sentir la conexión que nos unía y que pintaba todo para lo eterno.

Así también me gusta desempolvar nuestras diferencias. Recordar que lejos ambos somos más felices y más reales. Me gusta exponerme las conquistas y metas que en meses he logrado, versus a los años en los que solo existí para alguien más.

Y ahí es donde entiendo: Es el peor momento de mi vida y a la vez, la mejor etapa de mi existencia.




10:15 p. m.
Agradezco a la vida por tus ojos pequeños, que se achinan al sonreír y que me recuerdan al origen de tu existencia. Tu júbilo y disposición a la acción me llenan de esperanza. Me gusta verte con lindura y motivación, con un cúmulo de sueños y con hambre por comerte el mundo entero.

La vida te abraza, la brisa de la naturaleza contempla tu paz, la luz del sol te sonríe. ¿Sientes el amor en tu pecho? ¿Te visualizas a ti? Se fueron los tiempos oscuros de incertidumbre y abandono. Ya no hay espacio para los reproches ni la pérdida de tiempo en bolsillos rotos.

Yo te esperaba con ansias, detrás del vidrio empañado por las lluvias del frío invierno. Aquellos octubres de huracanes intempestivos no volverán más, me traes ahora octubres de piscuchas y vientos de esperanza. Sos brisa fresca que acaricia el rostro, sos el olor a infancia y la sensación de familiaridad.

Jamás te había sentido como hoy. Estiro por fin mis brazos y puedo sentir tu calidez al corresponderme. Me sonrío cuando soy consciente de la fortuna que tengo por estar contigo. Ha costado hallarte y hoy me doy cuenta de que no hay nadie que me haga sentir esta serenidad y optimismo que me transmites en el aquí y el ahora. Déjame empaparme de este instante, que el mañana no sea mejor que el hoy.

Puedo sentir tus latidos con fuerza palpitando de alegría, ver las comisuras de tus labios corriendo hacia los extremos y el brillo de tus ojos delatando tu curiosidad. ¿Alguna vez esta sensación te fue familiar? ¿Fuiste consciente de lo valioso de este instante? Quiero que te quedes, esta noche, mañana, la efímera vida. No importa cuánto tiempo sea, pero anida por favor en este espacio que he dedicado para ti.

Aprovéchate de este momento. Engaña para siempre al dolor y encierralo en una jaula. Finge que la llave no existe. No dudes ni siquiera un poco; esto es lo mejor que puedes hacer. Aprovecha el amor que por fin encontré en ti. No dejes que se vuelva un espejismo, no me hagas dudar de su autenticidad. Esto no debe ser un simulacro, ni una obra puesta en escena. Aunque podrías ser el guion que necesito internalizar para siempre. Tercera llamada y definitiva.

Ya no quiero disimularte, ni ocultarte, ni difuminarte. Quiero presumir tu compañía, quiero que el mundo entienda por qué ahora guías mis pasos y cuidas mis decisiones. Me faltabas tú en la vida, me faltaba hundirme en tus deseos y permitir que tu corazón gobernara. 

No dejo de pensar en cada acontecimiento que te trajo, pero agradezco todo lo que construyó este templo en el que ahora habitas. Quiero que recuerdes cada día cuán feliz soy desde que estás aquí. No te vayas. Quédate conmigo. Seamos.


1:00 p. m.
Se me fue la voz. La que cantaba boleros dulces a tu corazón. La que como el rocío refrescaba tu alma y empañaba el vidrio de mi ventana las noches en vela que pensaba en ti. ¿Cuántas noches esa ventana fue cómplice de mis deseos? ¿Cuántas veces reveló al mundo nuestros fugaces encuentros? La luna iluminó a través de ella tu cuerpo desnudo y cansado, satisfecho de amor.

Se me fue la voz. La que susurraba su atracción por tu encanto y la que agitada decía tu nombre. La que como el viento te acariciaba salvajemente en octubre bajo la tenue luz que cierra el atardecer. El ocaso que marca el final de un sol protagonista, pero que invita a la luna a no opacar su belleza incomprendida. Luna que incrementaba la marea de deseos y la cadena de besos que recorría tu cuerpo.

Se me fue la voz. La que te decía "te amo" con caricias. La que como lluvia esperada inundaba de vida los campos secos que dejó el verano y colmaba de petricor tu ambiente. La cruel sequía de amor que dejaron otras personas antes de mí, yo la transformé en espacios de fertilidad y esperanza. Aboné los huertos de tu alma con paciencia y dedicación. Los frutos dulces los entregué a tu merced, y solo precisé como recompensa el resplandor de tu abundancia.

Se me fue la voz. La que guardó silencio cuando te tuvo de frente. La voz que como hoja se oscureció y se cayó del árbol. La que encontró hueco en el suelo y otras especies anidaron. La que en algún momento fue parte de ti y que dejaste caer de tu grandeza. Sírvase mi estancia para abonar el frío suelo de tu abandono, la tierra erosionada de tus promesas rotas.

Y la voz se me fue y tú la dejaste ir. La perdiste en medio de tu indecisión, la cansaste con tu poca claridad. Me he obligado a no pensar más en los labios que adornan tu sonrisa, ni en la calidez de tu voz grave. Ya no vuelven mis ansias a visitar tu orgullo, ni mi compromiso encuentra sitio en tu morada.
 
La voz se me fue y el silencio me abrazó más.



12:45 p. m.

"Buenos días. Gracias por escucharme ayer y darme la calma que necesitaba" - lo despertó el mensaje a las 9:04 a.m.

Raúl tenía un día agitado nuevamente, pero ese mensaje le generó una sonrisa estúpida y relajada frente al celular. Por momentos lo que estaba viviendo desde hace un par de semanas le parecía una burda ilusión. No sabía si era un espejismo o si de verdad era una fuente de vida en medio de la incansable sed de romanticismo.

Llevaba casi dos lustros manteniendo a Sofía como su amor platónico y ella también. Ambos tuvieron química desde el comienzo, cuando se encontraron al azar por gustos en común, pero jamás habían coincidido en el "momento adecuado". Siempre tenían a alguien en sus vidas, compromisos y exclusividad con otras personas.

Sin embargo, a partir de ese otoño las cosas estaban siendo diferentes. Todo comenzó con una inocente notificación de Snapchat. A Raúl le pareció extraño ver un usuario nuevo creado por Sofi y supo que algo diferente estaba aconteciendo. Por lo que decidió escribirle después de varios meses sin novedades.

Como era usual entre ambos, la plática comenzaba con un emoji que solo ambos comprendían. Un emoji que ante un tercero se justificaría como equivocación o algo casual. Era una señal inocente para reconocer si no había "moros en la costa". Sofía contestó efusiva ante la provocación, era evidente que la conversación se abriría sin ningún problema.

"Beibiii" - contestó Sofía. Le añadió un corazón y una estrellita fugaz, pues las conversaciones sin emojis implican demasiada seriedad.

"Hola" - contestó él. "Te extrañaba"- escribió sin pensarlo mucho en un segundo renglón. Y con un emoji de corazón y una carita triste remató en un tercer renglón. Tres vibraciones seguidas alertarían a Sofi.

Ella detestaba que el celular le vibrara tanto cuando Raúl enviaba mensajes tan cortos en diferentes renglones, pero sabía que esa era la "marca" de él. Ella por el contrario, estaba acostumbrada a enviarle una sarta de ideas en párrafos que obligaban a Raúl a desbloquear el "leer más..." en WhatsApp. Sin embargo, ese día estaban en otra red social que no prioriza un lenguaje de textos.

Sofía envió entonces una fotografía de su mano izquierda, con el dedo anular vacío. 

"Necesito verte" - contestó Raúl.

"Puedo llegar a tu casa por la tarde, si te queda bien" - respondió ella.

"Te espero a las 3pm" - replicó tajante Raúl.

En ese momento la conversación no tuvo necesidad de continuar. Después de tanto tiempo ambos sentían un remolino interesante en su interior frente a la posibilidad de lo que pasaría más tarde, tenían que darse ese par de horas para procesarlo. La foto que había mandado Sofía era determinante. Por fin estaban coincidiendo y eso generaba tantas expectativas buenas y malas.

$6.38 marcaba el precio del Uber que Sofi estaba a punto de pedir. Estaba a 27 minutos del departamento de Raúl y ese múltiplo de nueve le generaba nerviosismo. Le dio aceptar y comenzó el viaje. "Voy en camino", escribió en WhatsApp.

Raúl estaba terminando de arreglar su sala cuando cayó la notificación. Usualmente su casa estaba ordenada cuando lo visitaba alguna mujer, pero en esta ocasión era diferente y quería que todo estuviera mucho más impecable. Sabía cómo Sofía solía leer entre líneas lo que observaba. No quería darle la impresión equivocada. Cuando terminó de arreglar el espacio notó que sus manos sudaban, ¿por qué se sentía tan nervioso?

El timbre sonó. La vibración coordinó con los latidos de ambos corazones. Una puerta separaba ambos cuerpos. El sonido de los pasos acercándose, activaron la respiración agitada de Sofía. La puerta se abrió y dejó al descubierto dos personas con ansias de verse.

Tres segundos se miraron, dos más tardaron sus cuerpos en por fin tocarse mediante un abrazo y más de un minuto duró el efusivo contacto derivado de la conjunción entre la distancia y el echarse de menos.

"Extrañaba tu olor" - dijo Sofi. Su voz estaba tensa y un poco entrecortada. Raúl lo supo interpretar bien y acercó sus labios a su oreja.

"Yo extrañaba todo de vos" - le susurró. Acto seguido posó sus labios con dulzura en un beso que se sintió en casa.

Como era de costumbre en sus escasos encuentros del pasado, Raúl sacó una manzana y su pequeña caja de metal. Le dio a Sofi los honores, pues sabía cuánto le gustaba preparar la manzana. En un instante todo estaba listo y comenzaron a ambientarse. Los cuerpos se comenzaron a sentir más relajados y el ambiente se nubló entre sonrisas.

Comenzaron suavemente a tocarse en el rostro, las yemas de los dedos activaban nervios que recorrían la sien. Sofía posó sus manos sobre el pecho de Raúl, el gimnasio se hizo notar y eso la excitó. Raúl entrelazó sus manos en el pequeño cuerpo de su deseo, la izquierda recorrió la cintura de Sofi mientras la derecha la aferraba con fuerza desde la espalda y afianzando el cuello con olor a rosas.
 
De un momento a otro pasaron al sofá cama. Los besos de Raúl eran dulces y profundos, los de Sofía dejaban pequeñas mordidas con sensualidad. La respiración de ambos generaban una melodía de deseo y excitación in crescendo... 

Sus manos comenzaron a buscar rincones extrañados. Sofía soltó un suspiro largo y ahogado cuando sintió la mano de Raúl en su entrepierna. Raúl soltó una sonrisa al sentir la humedad en su mano. Al mismo tiempo que las manos desesperadas de Sofía le soltaban la última prenda que tenían de impedimento entre ambos cuerpos y la unión que ansiaban.

Raúl entró en el cuerpo y el alma de Sofía. Ella lo recibió entregada completamente al momento y las sensaciones. Ambos vibraban de placer y euforia. La manzana potenció más el pecado, como en otrora actuó y marcó tentaciones. Ambos lo deseaban desde hace mucho y por fin se pudo concretar.

En reiteradas ocasiones se vieron a los ojos directamente, no tenían que decir nada pues en esos segundos que se veían fijamente la ternura lo decía todo. Eso excitaba mucho más a Sofía, sentía que con esa mirada mojaba mucho más y todo se sentía mejor. ¿Cuánto tiempo llevaba sin sentir el cuerpo de alguien más? ¿Dos meses, cinco meses? Da igual, nada antes de eso había sido como ese día, así que se sentía como si años hubieran pasado.

La respiración de Raúl se agitó más y comenzó a susurrar algo de forma entrecortada. Sofía había aprendido a descrifrar los movimientos y la respiración de Raúl, sabía que estaba en el punto más importante del momento. Sus uñas aferraron delicadamente la espalda de Raúl, apretó más la entrepierna y se sintió lista para dejar en libertad el deseo de él y de ella. Ella también comenzó a sentir una contracción en la pelvis, sincronizó su deseo debido a los sonidos de él. ¡Cómo la excitaba el sonido de su respiración y su voz ronca! Terminaron al unísono, fue tan dulce como placentero.

"Te amo", dijo Raúl.


Un breve silencio acompañó a Sofía. Tenía miedo de responder con la frase que tantas veces la lastimó en el pasado. Palabras que para ella son huecas si faltan hechos.


"Yo... no quiero que te vayas nunca", remató ella. Es lo mejor que supo decir.



11:26 p. m.
Llegaste un jueves a mi vida con el impulso de la incomprendida carta cero del tarot. Ironicamente un jueves después de terapia. El azar empujó tu magnética personalidad a mi temporada revulsiva y fuiste aire fresco entre tanta sensación de intraquilidad. Una imagen y una frase fueron todo lo que necesité de ti para intrigarme con tu presencia.

Tu dulzura y ocasionales toques de ingenuidad tapizaron el camino que me llevaba cuesta abajo, un camino indescifrable que no podía dejar de andar y que poco a poco me atrapaba más y más. No presté la suficiente atención para notarlo, tus ojos y las pausas en tu voz nerviosa me despistaron por completo. ¿Qué podía hacer?

Fuimos entrando más profundamente en las interacciones, conocí un poco más que tu inocente rostro y seguiste cautivándome con tus sorpresas. Dejamos entrar al otro en los rincones menos visitados en la actualidad, sin invasión y con pasión. Inesperados besos tiernos interrumpían los momentos salvajes, algo inusitado para mis vivencias hasta la fecha.

"¿Es seguro esto que siento? ¿Es adecuado en este momento?" Hice preguntas incómodas que bajaron la intensidad y me llevaron a tener miedo. Miedo a que algo fuera bueno y por eso fuera irreal. Miedo a que en el camino hubiese un desvío y me quedara varada en algún lugar desconocido. Y lo notaste, tu sensibilidad es un guardia difícil de engañar.

Te noto y me notas. Constantemente observo tu indecisión y también lamento no ser lo suficientemente valiente para avanzar. Siempre he tenido cautela en mi forma de actuar, sobre todo si no puedo controlar la situación a discreción. No puedo garantizarte salir del bache en el que hemos entrado, solo puedo asegurar que seguiré empujando si estás aquí.

No importa lo que pase de aquí en adelante. Si el calendario se renueva y ya no continúas acá. Solo me basta decirte que agradezco los instantes compartidos, tan fugaces y especiales como mis latidos por ti. Latidos resonando en un espacio que estuvo hueco por varios meses y que pudiste reactivar. Sea como sea agradezco que hayas sido este paraje, un oasis de paz en el desierto de mis desaciertos.
11:10 p. m.
Esta noche lo recordé cuando pensé que no lo volvería a hacer. Vino a visitarme su yo del pasado, aún no era tan delgado y había más felicidad en sus ojos escondidos bajo pestañas. Lo abracé y le dije que lo había extrañado por muchos meses, le pregunté dónde había estado y por qué ya no le había visto más.

Me contó un secreto entre sonrisas y sarcasmo, me pidió esconderlo entre mis pensamientos y no revelarlo jamás. Accedí pronto al ver su entusiasmo y su emoción, no entendía qué pasaba pero me gustaba su espontaneidad. Tomé sus manos tibias para hacerle la promesa de no fallar a su secreto y noté una vez más las señales de ansiedad en las cutículas de sus uñas. No juzgué, era un detalle peculiar de sus manías y me hizo recordar su vulnerabilidad.

Nunca entendí por qué se subestimaba a menudo y por qué infravaloraba sus capacidades. Habían tantas cosas por lograr y tantos miedos que lo saboteaban. Yo estaba muy orgullosa de cómo iba creciendo poco a poco. De la autoconfianza y la determinación con la que abordaba sus pasiones. Me quedé observando fotografías de sus logros que deambulaban en mi mente.

Rompió el momento de mi observación con un chiste tonto que me hizo esbozar una sonrisa, tenía la particularidad de decir algo gracioso en los momentos menos esperados. Y yo había aprendido a descifrar su humor y a acompañar su ingenio. Los mejores momentos siempre se habían dado cuando él se reía de sus propios chistes y cuando valoraba sus talentos escondidos para la comedia incomprendida. Se mostraba su sonrisa natural.

Su sonrisa de las fotos era mala, hubo pocas estampas que reflejaran fielmente el poder de su sonrisa verdadera. A veces la sonrisa legítima se manifestaba con otras personas del mundo, pero me encantaba estar ahí para reconocerla. Había cierta luz que iluminaba los días difíciles. Varios días difíciles.

Recuerdo una noche difícil en concreto, su cuerpo había dejado de tolerar cualquier elemento externo. Vació de repente todo el dolor en un líquido particular que bañó el piso de la sala. Fue la primera vez que recogí sin mala cara el desastre de una tercera persona y su incomodidad frente a la escena me parecía tierna. No fue una molestia para mí, fue en realidad un esbozo de mi capacidad de amar. Porque sin pensarlo lo amé desde el día cero, con un rompecabezas que encajó en el mes doce. 

Doce minutos han pasado desde que vino su recuerdo. Un cover acústico de "The Winner Takes it All" me da el ambiente nostálgico de fondo. No sé si son las lágrimas las que nublan mi visión o si comienza a desvanecerse su presencia. Antes que se vaya quiero despedirme.

Me acerco a la poca luz que se refleja en su presencia. Lo abrazo y le agradezco todo lo vivido. Lo recuesto en mi regazo y masajeo delicadamente su espalda como solía gustarle. "Todo estará bien" le susurro. Su yo del pasado me sonríe y me agradece, mi yo del presente le sonríe también. "No te preocupes, guardaré tu secreto", le digo.

Se refractó esta luz y cambió la oscuridad a color.




Miré hacia dentro de mí y no me gustó lo que vi. ¿Estás consciente de que lo que eres hacia fuera es solo una fachada de lo que en realidad existe en tu vida? Por dentro hay vacío y abismos, hay rencores y miedos, pero no eres lo suficientemente valiente para verlo de cerca. Te esfumas en la superficialidad del presente y te regodeas en lo banal del día a día.

No me gustan los períodos de euforia y de sentirme bien porque luego tengo días como este donde quisiera no haber despertado o salir a la calle y que me atropelle un carro y morirme sin más. Me huele a podrido la vida en la que estoy, me está resultando difícil aparentar a esta persona feliz y su eterna performance.

¿De qué vale complacer los gustos o las necesidades de las demás personas? Solo te usan y luego no les importa romperte el alma. No les importa todo lo que te costó levantarte del fango, todo el esfuerzo y las lágrimas que lloraste para estar bien de nuevo. No. Te vuelven a pisotear y ahora te dejan en arenas movedizas. Sintiendo todavía más asco por ti misma que antes.

¿Qué más da? Ya no hay nada que salvar de esa vida mediocre. Todo lo malo que dejas que te pase tiene en su raíz tu profunda incapacidad de ser real. Y tu eterna cobardía para hacer lo que te puede liberar de esto. Escríbelo y déjalo salir. Que de algo sirva tu playlist estúpida de fondo.

¿Vas a tomar valor algún día para hacerlo? Tal vez sí. El terapeuta te aconseja alejar esos pensamientos y de verdad lo intentas, pero te hacen mucho ruido en la cabeza. Lo ves más cerca cada vez que te separas de lo que debes aparentar ser.

El día que lo haga, vas a encontrar debajo de mi cama una carta de despedida. Tal como un día te lo dije, siempre he previsto dejar todo claro. Por última vez.