El cielo despejado comenzó a tener neblina. Pasó una señorita vestida totalmente de negro limpiando a mi alrededor. Pero ya no había nada, no sé qué limpiaba.
Emprendí el camino, me sentía desconocida. Tuve que tocarme el rostro varias veces para recordar que soy una persona real.
Comencé a tener miedo. No había nadie alrededor, pero me sentía perseguida. Creo que era la lluvia. En el retrovisor veía como las gotas empañaban el vidrio trasero, pero adelante no necesitaba el limpiaparabrisas. Solo me acosaba por detrás.
Llegué a la calle infinita. Un gato comía los restos de un animal. No pude mirar bien porque de repente un auto me pitó por detrás. Que me diera prisa, traté de no aplastar al gato.
Llegué al redondel, sentí más miedo. Quisiera que un carro me estrellara para despertarme, para sentir que soy real. Aceleré, pero mi cerebro dice que tenga cuidado. Que hay que girar a la derecha cerca de la San Martín.
¿Soy real? Me toco la cara otra vez para comprobar. Una moto aparece detrás. Acelera. Mi corazón también. Me siento perseguida.
Me siento triste. Otra vez siento que todo es un sueño. Ni siquiera una pesadilla. Solo un sueño raro. ¿Por qué sigo aquí? Estoy bien, pero me siento rara. ¿Soy real?
Sus pestañas dormilonas
El brillito de la pantalla sobre su nariz
Su sonrisa nerviosa
Lo apetecible de sus labios
Sus ojos en blanco cuando quiere evadir algo
La forma coqueta en que dice mi nombre
Su encanto al saludar al mundo
El acento cálido y agradable para mis oídos
Sus historias improvisadas
Lo que siento con su voz
Su empática sensibilidad
La habilidad que tiene de notar detalles
La habilidad que tiene de olvidar detalles
Sus mensajes para mantener el contacto
Las ganas de acortar distancia
Su inteligencia uraniana
La manera en que mantiene mi atención
Sus chistes inesperadamente predecibles
La manera bonita en que me hace reír
Las ganas que me dieron de escribir esto...
Sé quién es él.
Él no lo sabe.
Y supongo está bien así.
Perdón por priorizar el orgullo antes que nuestra despedida. Por darle importancia a las cosas banales, que en la actualidad ya no existen, como tú.
Aún recuerdo el rosado de tus mejillas y los ojos brillosos que me miraban con cariño. Fueron más grandes las excusas que los momentos que compartimos, pero quedaron en mi alma casi tan indestructibles como tu cajita de girasoles que aún conservo.
Contigo aprendí que el tiempo valioso no se mide en cantidad, sino en la profundidad del amor que puedas expresar en él. Gracias por todo el cariño que me brindaste con tus cuidados, por la sonrisa callada cómplice de mis comentarios. Recuerdo con mucha felicidad mis visitas a tu morada.
Y a un lado de la cama, también se encuentra la fotografía que retrata una mediana edad. Con su mirada inocente y ocultando los años que aún le faltaban por vivir. Ahora está sobre el teclado con el que le cantaba canciones inventadas.
Contigo aprendí que para sentirse en compañía también basta el silencio. Que el lenguaje de amor va más allá de las palabras o el idioma compartido. Gracias por tu apoyo en mis momentos tristes, por estar para mí cuando lo necesitaba y cuando nadie más estaba. Recuerdo con mucha nostalgia tu dulce apariencia cuando dormías y la felicidad que me dabas.
Siempre te voy a recordar, con todo mi corazón, hasta el último suspiro de mi existencia. Gracias y perdón por todo.
Sos un domingo de cine, palomitas y pláticas felices. Sos los días de descanso dándonos besitos de nariz con música de Alex Ferreira de fondo. Las risas cómplices de los Tik Toks bajeros y los memes hirientes. Me deja sin aliento el privilegio de verte sonreír y que sea junto a mí y por mí. Eliminaste viejas culpas e inseguridades, le trajiste un sabor fresco de coco a mi pasado que dejó un gusto agridulce.
¿Habré pasado ya las pruebas necesarias para traerte hasta mí y ganar tu compañía hasta el final de mis días? Conviertes los días lluviosos de mi alma en ríos perfectos para navegar barcos de papel. Me haces soñar en futuros cercanos: una casa de campo y vacaciones en Machu Picchu. Sos luna de miel eterna, quédate conmigo hasta que el último suspiro de vida se escape de mi cuerpo.
Contigo los días en la comodidad de casa o los días en el ajetreo de la calle son igual de placenteros. Das paz a mi espíritu y coraje a mis decisiones. Amo tu personalidad hogareña con pizcas de aventura y riesgo. Sos la combinación perfecta de quietud y agitación. Me llenas de vitalidad con tu energía de vivir, apagas mis miedos antes de dormir y llenas de optimismo cada nuevo amanecer.
Gracias por tu apoyo en mis días tristes, tu abrazo en el silencio da refugio a mi tristeza. Gracias por tu interés constante, por indagar sobre mis sueños y aspiraciones, y acompañarlos hasta la línea de arranque. Gracias por acompañar mis hobbies y ser mi mayor fan en las tonterías de mis performances capricornianas. Soy el aire que enciende tu fuego y nos mantiene calientitos.
Tus besos son agua fresca que sacia mi sed, tus manos son el motor que enciende mis pasiones. La dulzura con la que tocas cada rincón de mi cuerpo estremece todo mi ser. Quiero seguir despertando con las cosquillas de tus dedos de los pies sobre los míos. Con tus pestañas abanicando mi rostro cuando estás cerquita de mí: "Buenos días, mi solecito".
Sos el arrullo de una canción de amor en mis audífonos, un bolero que me inspira el suspiro. El lienzo donde dibujo mis mayores sueños y el pincel con el que pinto mis coloridos textos de amor. Sos mi musa y mi arte, el punto de fuga donde se entrecruzan todos los caminos de la felicidad. Sos cielo y suelo, fantasía y realidad. El beso dulce de tu boca en las mañanas al despertar.
Sos mi casa y mi familia. Las ganas de descansar viendo Netflix y lavar nuestros trastes después de la cena. Sos la pared vacía que juntos decoramos con nuestras huellas de amor y compañía. Las navidades en familia y las vacaciones de semana santa en el ranchito de occidente. Los besos al atardecer con la brisa del mar acariciandonos, las ganas de quedarnos para siempre en nuestra quietud.
Contigo he encontrado la felicidad que deseaba, de saberme libre en todos los aspectos de mi vida, pero acompañando esa libertad con tu presencia. Me haces planificar un futuro, pero disfrutando también del azar en las sorpresas que me das. ¿Cómo es que somos tal para cuál? ¿Cómo es que te he encontrado en este inmenso mar llamado vida? Sos mi pirata favorito. ¡Ahoy!
Llegaste de forma inesperada y extraña, pero quiero seguir teniendo tu sonrisa como impulso y acariciar tu cabello ondulado mientras llega la noche y nos despedimos de otro día juntos. Sos todo lo que he manifestado y ahora está aquí. Un día lo escribí en un pequeño blog, luego de verte claramente en un sueño. Y un día leí todo lo que sabía de ti, antes de por fin conocerte. Porque lo que está destinado a ser, llegará por fin en el momento indicado. Lo que era desierto, será un acierto...
Varias horas de viaje y cientos de kilómetros separan cualquier intención de posteridad, pero nada de eso importa. Definitivamente te estoy idealizando sin conocerte aún, pero no sé cómo evitarlo. Contigo todo se siente vívido, como si toda mi experiencia previa nunca hubiera existido antes de ti. Y no me importa nada esta intensidad, quiero pilotear esta nave aunque estrellarme fuese un posible final.
Creo que cuando nos encontremos, nos sentiremos libres y cómodos. No habrá problema con apresurar besos y sentires. Seremos hogar para ambos y sentiremos que nos conocemos desde mucho antes. Todo lo nuevo y diferente, las ganas de explorarnos y encontrarnos será fácil. La dulzura y la fuerza que pueden combinarse en un encuentro, el saborear cada rincón de nuestros besos.
No hay más sincronía que la que nos cruzó por casualidad. No sabía que se podía sentir tanto por alguien en tan poco tiempo, jamás me había sentido plena como lo sensación que tengo contigo. Sé que sos la mejor experiencia que he tenido en mis tres décadas. Nada se compara contigo.
¿Estoy exagerando? Puede ser. Pero en definitiva podría intercambiar sin dudar todo lo que ya viví con otros por más tiempo contigo. Puedo irme de este espacio y ser forastera en otros lares. Escuchando un acento marcado contándome de sus ex amores mientras le cuento de mis desventuras.
Agradezco la oportunidad de coincidir, que no tengamos claro cómo pasó todo, pero que ambos estemos disfrutando este privilegio. Voy a aprovechar cada minuto que pueda gozar de tu compañía, aunque esto pudiera estar condenado al estancamiento o el fin. Me encantas. En serio me encantas. Y sé que lo sabremos cuando estemos frente a frente.
Llevo tres años sintiéndome mediocre, recogiendo las migajas de lo útil que me sentí alguna vez. Todavía no se me quita el pensamiento de pesadez y molestia cuando despierto: "¿Tengo que enfrentar otro día más?".
Todos los días me hago la promesa de que el día siguiente será aprovechado, me prometo levantarme temprano y hacer cosas que me vuelvan a hacer sentir bien. Pero son las 02:35pm y sigo en la cama, no pruebo ni un bocado en todo el día, finjo que el ejercicio del gimnasio está funcionando y que por eso estoy bajando de peso.
Salgo un momento de casa por las noches, manejo 10 minutos de ida hacia el lugar donde "libero estrés", es una distracción más. De regreso a casa pienso por unos segundos en qué pasaría si sobrepaso los 100km/h que manejo sobre la carretera. Quiero cerrar los ojos y que el golpe del parabrisas me reinicie la vida en otra época, tal vez ya no me siento como ahora.
Me he alimentado de otros cuerpos para sentirme deseada, para lidiar con las pulsiones. He disuelto vínculos sinceros que me pretendían. Me alejé de mi terapeuta con la excusa de escasez. He ahogado algunas penas al escribir, he soñado escenarios alentadores.
Trato de que nadie vea el sentir detrás de la cámara de mi celular en la selfie motivadora frente al espejo. No tengo ganas de llorar, tengo meses de no hacerlo, pero no siento que la vida valga lo suficiente. Ya no quiero hacer nada, quisiera que hubiera un método para irte sin que la despedida sea mala para la gente que te quiere. Y no hay ninguna persona con la que pueda hablar sinceramente de esto sin que me dé el sermón de resiliencia.
He creado una vida artificial que me mantiene conectada a este presente, pero sin ganas de un futuro. Quiero estar en medio de la nada y que un rayo fulminante aterrice sobre mi sien. Quiero caminar por la calle y que un imprudente me desvanezca de la tierra. Quiero podrirme por dentro y que esa podredumbre termine con mi pesar.
Vida, me has conocido desde siempre y ahora tengo que decirte que debes buscar un mejor anfitrión. El dolor de estómago por el hambre a veces se confunde con el dolor que siento en el pecho.
Un día el dolor me confrontará otra tarde solitaria y no tendré la fuerza para rechazarlo. Si eso pasa y alguien lee este relato, quiero que sepan que siempre me sentí querida por mis amistades y mi familia. Mis tiempos tristes mejoraron mucho. Pero no sé qué pasó, no le di el seguimiento a lo que crecía en mi mente y ahora ya no sé cómo lidiar con esto. Al final siempre vas a ser inútil y la gente que crees que te quiere o te valora siempre te va a cambiar por alguien mejor.
Me gusta el aire de novedad que le trajiste a mi vida, la forma tan extraña en la que nos conocimos, las primeras palabras que dijiste y que me hicieron reír. Llevaba un tiempo forzandome a ignorar lo que me dolía y fingiendo una sonrisa en las redes sociales, pero tus palabras genuinamente me devolvieron las ganas de sonreír.
Me gustan tus aficiones y tu profesión, encontrar similitud contigo en lo que fui y en lo que soy ahora. Me recuerdas mucho a los sueños que tenía de niña, pero vos los transformaste en realidad para ti. Me gusta que aunque estudiemos la mente, vos te vayas por el lado que yo no escogí transitar. Sos valiente y determinado, valores que a veces a mí me faltan.
Me gusta tu barba y tu sonrisa, la forma en que adornan tu rostro amable, y cómo te da igual la manera en que tu cabello desentona con tu traje de negocios. Tu perfume es adictivo y me encanta cuando te acercas y puedo sentir tu olor y tu calor corporal. Hago un esfuerzo por disimular el deseo que me provocas, pero es inevitable engañarte. Lo sabes desde el primer día en que nos vimos.
Me gusta el febrero que nos concedimos como excusa de amistad, las experiencias nuevas que repetimos en marzo y que me volvieron loca. La sensación de tus besos y la suavidad de tus manos. Tu dulce forma de preguntar si todo estaba yendo bien, tu preocupación por pagar el ticket del parqueo del hotel. Tu "avísame cuando estés en casa" con tu beso de despedida.
Me gustan nuestras videollamadas, los besos que me mandas a través de la pantalla. El esfuerzo que haces para mantener el contacto, tus mensajes puntuales cuando salgo de mis ocupaciones. Me gustan los videos de las vistas nocturnas en restaurantes de tu ciudad que me compartes desde que sabes mi afición por las lucecitas. Las fotos random de tu sonrisa deseandome un día lleno de felicidad y amor. Tu leve ansiedad cuando demoro en contestar.
Me gustan nuestras charlas de filosofía, de política, de fútbol, de videojuegos, de cocina. Me gusta tu compatibilidad con mi signo zodiacal, que respetes mis gustos y que te intereses por mis aficiones. El tiempo que compartimos nunca ha sido una pérdida, las horas escuchando tu voz siempre han sido mágicas. No puedo quejarme de cuánto me has hecho crecer en estos meses.
Sin embargo, aunque me guste todo esto, no estoy segura de si me gustas tú y más conflictivo aún, de que me guste yo misma contigo. Y esto no tiene nada que ver con la sensación magnífica que me provocas, ni con la felicidad que le brinda tu compañía a mi aburrida existencia. Es la duda latente que atraviesa mi mente y la atormenta. ¿Serás vos lo que el oráculo me dijo alguna vez o simplemente estás sanando a mi corazón por un tiempo?
No puedo garantizarte la respuesta y me molesta mucho no poder hacerlo. Eres lo que hasta este día me ha mantenido a flote, pero no mereces ser ese salvavidas. No quiero hundirme, pero yo misma puedo estar siendo un ancla para ti. Y no me gusta eso, no me gusta la sensación de llevar a tocar fondo a otra persona, tal como me lo hicieron a mí. Y aunque después de la tormenta viene la calma, no quiero que tengas esperanzas en un arcoiris que tal vez no vendrá.
Y entonces, si luego de esto decides marcharte, no estaría en contra más bien es lo que prefiero. Pero si decides quedarte, quiero que tengas claro a lo que te expones. Estamos condenados a vivir ciclos que se repiten y lo que para vos puede ser un comienzo, para mí puede ser tan solo un lento final.
Es el peor momento de mi vida y a la vez la mejor etapa de mi existencia.
Hoy te soñé en una fecha importante, pude abrazarte y saludarte. Por un momento fue como si nunca hubiese pasado el tiempo entre nosotros... Lo bueno de los sueños lúcidos.
Pero a medio sueño caí en la cuenta de que eso no era real y que la sensación de comodidad y felicidad solo era parte de lo que mi mente quería crear para darme paz... Lo malo de los sueños lúcidos.
Entonces recordé todo lo que ha pasado desde que te marchaste. Las aventuras que he tenido, la felicidad que he encontrado. Vi pasar los enamoramientos fugaces que he sufrido y mi capacidad para romper corazones también.
Y en días como hoy, me gusta pasear la cajita de recuerdos que guardo en mi mente. Me gusta verte dormido o peleando con escuadrones. Sentir la conexión que nos unía y que pintaba todo para lo eterno.
Así también me gusta desempolvar nuestras diferencias. Recordar que lejos ambos somos más felices y más reales. Me gusta exponerme las conquistas y metas que en meses he logrado, versus a los años en los que solo existí para alguien más.
Y ahí es donde entiendo: Es el peor momento de mi vida y a la vez, la mejor etapa de mi existencia.
La vida te abraza, la brisa de la naturaleza contempla tu paz, la luz del sol te sonríe. ¿Sientes el amor en tu pecho? ¿Te visualizas a ti? Se fueron los tiempos oscuros de incertidumbre y abandono. Ya no hay espacio para los reproches ni la pérdida de tiempo en bolsillos rotos.
Yo te esperaba con ansias, detrás del vidrio empañado por las lluvias del frío invierno. Aquellos octubres de huracanes intempestivos no volverán más, me traes ahora octubres de piscuchas y vientos de esperanza. Sos brisa fresca que acaricia el rostro, sos el olor a infancia y la sensación de familiaridad.
Jamás te había sentido como hoy. Estiro por fin mis brazos y puedo sentir tu calidez al corresponderme. Me sonrío cuando soy consciente de la fortuna que tengo por estar contigo. Ha costado hallarte y hoy me doy cuenta de que no hay nadie que me haga sentir esta serenidad y optimismo que me transmites en el aquí y el ahora. Déjame empaparme de este instante, que el mañana no sea mejor que el hoy.
Puedo sentir tus latidos con fuerza palpitando de alegría, ver las comisuras de tus labios corriendo hacia los extremos y el brillo de tus ojos delatando tu curiosidad. ¿Alguna vez esta sensación te fue familiar? ¿Fuiste consciente de lo valioso de este instante? Quiero que te quedes, esta noche, mañana, la efímera vida. No importa cuánto tiempo sea, pero anida por favor en este espacio que he dedicado para ti.
Aprovéchate de este momento. Engaña para siempre al dolor y encierralo en una jaula. Finge que la llave no existe. No dudes ni siquiera un poco; esto es lo mejor que puedes hacer. Aprovecha el amor que por fin encontré en ti. No dejes que se vuelva un espejismo, no me hagas dudar de su autenticidad. Esto no debe ser un simulacro, ni una obra puesta en escena. Aunque podrías ser el guion que necesito internalizar para siempre. Tercera llamada y definitiva.
Ya no quiero disimularte, ni ocultarte, ni difuminarte. Quiero presumir tu compañía, quiero que el mundo entienda por qué ahora guías mis pasos y cuidas mis decisiones. Me faltabas tú en la vida, me faltaba hundirme en tus deseos y permitir que tu corazón gobernara.
Un breve silencio acompañó a Sofía. Tenía miedo de responder con la frase que tantas veces la lastimó en el pasado. Palabras que para ella son huecas si faltan hechos.
"Yo... no quiero que te vayas nunca", remató ella. Es lo mejor que supo decir.
Me contó un secreto entre sonrisas y sarcasmo, me pidió esconderlo entre mis pensamientos y no revelarlo jamás. Accedí pronto al ver su entusiasmo y su emoción, no entendía qué pasaba pero me gustaba su espontaneidad. Tomé sus manos tibias para hacerle la promesa de no fallar a su secreto y noté una vez más las señales de ansiedad en las cutículas de sus uñas. No juzgué, era un detalle peculiar de sus manías y me hizo recordar su vulnerabilidad.
Nunca entendí por qué se subestimaba a menudo y por qué infravaloraba sus capacidades. Habían tantas cosas por lograr y tantos miedos que lo saboteaban. Yo estaba muy orgullosa de cómo iba creciendo poco a poco. De la autoconfianza y la determinación con la que abordaba sus pasiones. Me quedé observando fotografías de sus logros que deambulaban en mi mente.
Rompió el momento de mi observación con un chiste tonto que me hizo esbozar una sonrisa, tenía la particularidad de decir algo gracioso en los momentos menos esperados. Y yo había aprendido a descifrar su humor y a acompañar su ingenio. Los mejores momentos siempre se habían dado cuando él se reía de sus propios chistes y cuando valoraba sus talentos escondidos para la comedia incomprendida. Se mostraba su sonrisa natural.
Su sonrisa de las fotos era mala, hubo pocas estampas que reflejaran fielmente el poder de su sonrisa verdadera. A veces la sonrisa legítima se manifestaba con otras personas del mundo, pero me encantaba estar ahí para reconocerla. Había cierta luz que iluminaba los días difíciles. Varios días difíciles.
Recuerdo una noche difícil en concreto, su cuerpo había dejado de tolerar cualquier elemento externo. Vació de repente todo el dolor en un líquido particular que bañó el piso de la sala. Fue la primera vez que recogí sin mala cara el desastre de una tercera persona y su incomodidad frente a la escena me parecía tierna. No fue una molestia para mí, fue en realidad un esbozo de mi capacidad de amar. Porque sin pensarlo lo amé desde el día cero, con un rompecabezas que encajó en el mes doce.
Doce minutos han pasado desde que vino su recuerdo. Un cover acústico de "The Winner Takes it All" me da el ambiente nostálgico de fondo. No sé si son las lágrimas las que nublan mi visión o si comienza a desvanecerse su presencia. Antes que se vaya quiero despedirme.
Me acerco a la poca luz que se refleja en su presencia. Lo abrazo y le agradezco todo lo vivido. Lo recuesto en mi regazo y masajeo delicadamente su espalda como solía gustarle. "Todo estará bien" le susurro. Su yo del pasado me sonríe y me agradece, mi yo del presente le sonríe también. "No te preocupes, guardaré tu secreto", le digo.
Se refractó esta luz y cambió la oscuridad a color.
No me gustan los períodos de euforia y de sentirme bien porque luego tengo días como este donde quisiera no haber despertado o salir a la calle y que me atropelle un carro y morirme sin más. Me huele a podrido la vida en la que estoy, me está resultando difícil aparentar a esta persona feliz y su eterna performance.
¿De qué vale complacer los gustos o las necesidades de las demás personas? Solo te usan y luego no les importa romperte el alma. No les importa todo lo que te costó levantarte del fango, todo el esfuerzo y las lágrimas que lloraste para estar bien de nuevo. No. Te vuelven a pisotear y ahora te dejan en arenas movedizas. Sintiendo todavía más asco por ti misma que antes.
¿Qué más da? Ya no hay nada que salvar de esa vida mediocre. Todo lo malo que dejas que te pase tiene en su raíz tu profunda incapacidad de ser real. Y tu eterna cobardía para hacer lo que te puede liberar de esto. Escríbelo y déjalo salir. Que de algo sirva tu playlist estúpida de fondo.
¿Vas a tomar valor algún día para hacerlo? Tal vez sí. El terapeuta te aconseja alejar esos pensamientos y de verdad lo intentas, pero te hacen mucho ruido en la cabeza. Lo ves más cerca cada vez que te separas de lo que debes aparentar ser.
El día que lo haga, vas a encontrar debajo de mi cama una carta de despedida. Tal como un día te lo dije, siempre he previsto dejar todo claro. Por última vez.
El reloj del cuarto marcaba las 2:16 p.m. cuando ella se levantó. La casa estaba abandonada y todo parecía haber sido cambiado de lugar, parecía desconocido. Sin embargo, Lisa no recordaba lo que pasó la noche anterior. El sabor amargo de la resaca le daba indicios de que el alcohol podía haber nublado su memoria, pero no sentía el malestar físico. "¿De verdad bebí?", se preguntaba mientras terminaba de vestirse.
Una vez lista, se preguntó qué le depararía ese día. Se acercó a su piano y tocó algunas notas. Un par de ellas le recordaron las noches de su infancia llorando en su guarida improvisada. Aquellas veces que ahogó sus miedos, sus frustraciones y cuando aprendió que el sufrimiento y los sentimientos son de los débiles, que lo único que puedes conseguir con ellos es que la gente se burle de ti. ¿Pero por qué tocó precisamente esas notas?
En un momento cambió de espacio drásticamente. Fue a su pequeño estante y le dio por recoger dos de sus diarios de infancia. "¿Por qué siempre te ahogaste, Lisa? ¿Por qué estabas siempre sola con un cuaderno?", pensaba mientras hojeaba algunos relatos de un cuaderno viejo y manchado. Algunas lágrimas brotaron. En ese instante sintió lástima por la pequeña Lisa, la habían estropeado. ¿Pero por qué esa Lisa era tan ajena y lejana? ¿Por qué todos la marginaron?
Levantó la mirada mientras secaba sus lágrimas. Logró divisar en la pared un diploma de reconocimiento a la excelencia que había ganado cuando tenía 10 años. Se sintió increíblemente molesta. Corrió hacia él y lo hizo pedazos. El vidrio roto hirió sus manos, se limpió como pudo en su camisa. Estaba harta de que la gente midiera su valor basándose en la excelencia que demostraba. Estaba cansada de sentirse amada cuando hacía las cosas perfectamente. Ella también podía equivocarse. ¿Por qué la gente la castigaba con reproches cuando cometía errores? ¿Por qué sus errores pesaban más que los errores de los demás?
La sangre en sus manos seguía apareciendo y temió descompensarse por no controlar la hemorragia. Buscó en su cajón de misceláneas alguna venda o curita para comprimir la herida. En su lugar encontró una foto de su primer amor. Burlonamente se dijo a sí misma: "vine buscando algo para curarme una herida y encontré algo que me hirió mucho más". Recordó aquellos veranos de promesas y sueños. Aquellos días en los que lloró de felicidad y esperanza. Odió mucho más esa foto. La herida del brazo se amplió al corazón y ahora no sabía cómo parar. ¿Puede alguien marcarte una herida para siempre?
Se cansó de buscar en el cajón, pero misteriosamente una venda apareció de la nada. Como solía sucederle en la vida, las soluciones siempre estuvieron frente a ella, pero ella no era capaz de verlas cuando estaba ofuscada. En ese mismo cajón encontró un encendedor y un porrito que había guardado para alguna ocasión especial. "¿Por qué no?", se dijo a sí misma mientras lo encendía. Fue sintiendo calma y veía cómo pequeños fantasmas de humo volaban entre las exhalaciones. Se le ocurrió una idea con el encendedor.
Comenzó con sus diarios personales y el diploma de excelencia. Las llamas parecían cautivarle mientras subían y divagaban. Consumían sus lunas tristes, desaparecían su dolor. Cuando la foto comenzó a arder, sintió lástima por él, pero al mismo tiempo lo perdonó. El cajón comenzó a incrementar la llamarada. El mantel de al lado corrío a contagiar a los demás muebles. El humo comenzó a nublar la mirada y la mente. Lisa reía y sentía una euforia que nunca había vivido. No tomó nada de ese lugar más que una botella de whisky. Huyó donde Mirna y le pidió posada, diciendo que al día siguiente le contaría lo que pasó.
Lisa se levantó confundida. Había en ella una sensación de liberación, pero se veía herida, su ropa estaba manchada y sentía el sabor de lo salado de las lágrimas en sus labios. Tomó una ducha con la intención de que esto le aclarara la mente, pero no recordaba nada. Por alguna extraña razón se sentía muy bien, aunque todas las circunstancias indicaban que debía sentir lo contrario.
Mirna se ofreció a llevarla a su casa. En el camino sonaba Fly Away From Here de Aerosmith y Lisa había vuelto el auto un karaoke. Cuando llegaron al destino, todo era caos y cenizas. Lisa recobró parcialmente la memoria y esbozó una sonrisa. Nunca había sido tan libre como ese día.
Después de varios intentos de concentración, desistió del deber y tomó sus cosas para marcharse. Necesitaba tiempo. Tiempo para asimilar lo que sentía. Tiempo para no caer en deslices del corazón con incongruencias. Corazón disparatado e inconsecuente con su vida actual, sus necesidades, sus afectos.
En su cuarto, Daniela se enfrentó a sí misma en un espejo y observó su rostro con detenimiento. Recorrió en él, el fleco brilloso que caía sobre su frente, sus ojos que titiritaban llorosos e hizo una pausa larga observando su boca. No pudo evitar recibir el flashback que tanto la estaba atormentando.
─¡Por favor, no lo hagas! –decía Daniela entre susurros y quejas inconclusas─. ¡No puedo hacerle esto!
─¡Yo tampoco puedo evitarlo! ¡No puedo, Daniela! ─replicaba Manuel de forma agitada.
Ese beso había abierto una puerta de la que no podían regresar luego de haberla cruzado. Una avalancha de dudas estaba sepultando a Daniela. Ese pasado día, que no podía parar de recordar, había puesto en entredicho su compromiso completo. Quedaban pocas semanas antes de casarse con Javier, su prometido, y Daniela no podía entender por qué besó a Manuel esa tarde.
En la vida de Daniela, Manuel había entrado hace seis meses. Ella se refería a él como “una casualidad laboral”, pues lo conoció en un evento del trabajo donde intercambiaron palabras por cortesía. Sin embargo, ese encuentro y otros realizados en el marco de sus labores, fueron suficientes para que ambos encontraran una simpatía magnética entre los dos. Fue así como intercambiaron números y formaron una pequeña amistad.
Por otro lado, Javier era el prometido de Daniela desde hace más de un año. Juntos habían entablado una relación estable dos años antes de comprometerse y ambos tenían claro que querían compartir el resto de sus vidas, pues se amaban y se conocían como nadie más podría. Su amor era paciente, comprensivo y firme. O por lo menos así lo sentían.
Era de esperarse que Daniela estuviera tan confundida mientras recordaba, con incómodas emociones, cómo había llegado hasta ese beso. Siguió inmóvil en su cuarto mientras trataba de domar la vorágine de dudas que acontecían sobre su cerebro y su corazón.
En los primeros tres meses de haberse conocido, Daniela y Manuel solo mantenían contacto en línea. Conversaban largas horas sobre temáticas triviales o profundas, según el ánimo que encontrasen en sus días. Tenían muchas cosas en común y ambos creaban los espacios para seguir platicando sin alterar las rutinas de sus respectivas vidas.
Esas pláticas llenaban a Daniela de entusiasmo e intriga, pues había encontrado a alguien con quien podía salir de su rutina habitual. Manuel era alguien dulce y divertido, alguien que le mostraba otras facetas en la vida. Manuel, aun con la barrera que representaba un simple chat en redes sociales, había logrado una cercanía que arremetía contra la distancia emocional que Javier tenía con Daniela. Fue por toda esa hazaña que Manuel había logrado que, luego de tres meses de haberse conocido con Daniela, comenzaron a frecuentarse afuera del usual chat. A pesar de que ella estaba comprometida con Javier y Manuel lo sabía perfectamente.
En estos encuentros físicos, Daniela y Manuel jamás traspasaron las pláticas nerviosas y uno que otro roce de apariencia inocente. Sus citas estaban cargadas de risas y desahogos, de mucha escucha y huidas de lo monótono. En los espacios con Manuel, Daniela encontraba detalles que hacía tiempo no encontraba en la relación con Javier, pero con todo y eso, no había desistido aún de la idea de casarse con él.
Fue hasta la tarde del beso cuando las cosas comenzaron a tambalear para Daniela. Manuel había demostrado al hombre enamorado dispuesto a todo. Esa tarde, en un café, tomó la mano de Daniela y le confesó a quemarropa cuánto la amaba y la certeza que tenía sobre lo que ella también sentía por él. Sabía que él era el hombre que había devuelto el “amor del bueno” a Daniela. Ese amor que se grita con el cuerpo, que se demuestra con besos, con risas, con el tacto y la ternura.
─En serio te lo digo, yo no puedo parar de sentir lo que siento por vos. Porque a mí no me importa abrazarte en medio de toda esta gente. A mí no me importa enfrentar lo que se venga, si es por vos y con vos. ─afirmó con fuerza Manuel mientras sostenía con ternura el rostro de Daniela.
Pasaron tres minutos en silencio, viéndose fijamente a los ojos mientras algunas lágrimas rodaron por las mejillas de Daniela. Ella había olvidado la fuerte sensación que deja el mirarse tanto tiempo a los ojos con alguien, sintiendo las cosquillas y los nervios del amor. Manuel seguía sosteniendo la mano de Daniela con ligeras presiones en los dedos para poder relajarla, él sabía cuánto le gustaba a ella que sostuvieran su mano y la apretaran cuando estaba tensa.
En todo el tiempo que llevaban conociéndose, Manuel había logrado identificar cómo la ternura afectaba a Daniela y el anhelo que ella tenía por volver a sentir eso con alguien, pues en su relación no existía tal cosa. Sabía que esos pequeños detalles significarían grandes sensaciones en Daniela. Sabía que esta era su oportunidad para demostrarle que el amor se basa en esos pequeños detalles y no en relaciones que se arrastran por costumbre.
Mientras seguían viéndose fijamente, se escapaban risas nerviosas que incrementaban las palpitaciones de ambos. Manuel se acercó de forma lenta y nuevamente posó sus labios sobre la nerviosa boca de Daniela. Después separando sus rostros por apenas un par de centímetros y luego de verla con sus ojos brillantes y sonreírle dulcemente, le besó la frente y la sostuvo entre sus brazos por un largo rato. Sintiendo como sus cuerpos sincronizaban sus latidos acelerados y su calidez.
─Ya no quiero pensar ─dijo a sí misma Daniela mientras suspiraba frente al espejo.
Siento el corazón como si estuviera por salirse de mi pecho, hay una lágrima que se quiere suicidar sobre mi mejilla. Trato de retenerla antes que promueva una revolución de llanto que no voy a poder detener. Sigo tratando, pero comienza a deslizarse y no hay nada que pueda hacer.
Son las ocho de la mañana y doy vueltas en la cama. Tengo ganas de no hacer nada, pero me desespera estar perdiendo mi vida de este modo. Cada minuto que pasa me recuerda lo que se está gastando... Mi vida, mis ganas de comerme al mundo.
¿En qué me he convertido? No puedo decir que me hayan obligado. Lo he hecho por mi propia cuenta como siempre ha sido. ¿Estoy volviendo a caer en el patrón de siempre? ¿Por qué me siento atraída a la pérdida? ¿Por qué siempre me dejo torturar por el compromiso de hacer feliz y no necesariamente serlo?
Ya no sé qué hacer. Me siento encerrada otra vez y creo que tiré la llave de la jaula, lejos de mi alcance. Autosaboteándome de nuevo, como siempre. Quiero gritar y pedir ayuda para ser libre, pero a la vez me da miedo volar lejos de aquí. ¿Y si no sobrevivo? ¿Y si ya no estoy lista para arriesgar?
¿Qué puedo hacer? En serio no sé qué hacer. Me siento frustrada, me siento atrapada. Creo que soy feliz, pero a la vez siento que no. Me invade cierta nostalgia por lo que era antes, al principio. Me da tristeza en lo que se ha convertido. Me siento sola, me siento inútil. ¿Ya no soy valiosa? ¿Ya no merezco lo que un día hubo?
Sigo dando vueltas en mi cama, no he querido estar de pie, ni comer, ni dormir, ni salir... ¿Eso es la depresión? ¿O solo estoy ensimismada? Me da asco repetir en mi mente todos los pensamientos inquisidores, pensamientos que me torturan con viejos recuerdos. Recuerdos de lo bonito que era... ¿ya no? Ahí voy de nuevo... se me quitó el hambre. ¿Esto es amor o es desamor?
Se derritió el tiempo delante de mis ojos. Ya se acerca la hora de dormir de nuevo aunque siento que apenas me acabo de levantar. La ansiedad me está torturando, no sé si me dejará dormir. Escucho al dulce Drexler diciendo que mi corazón va a sanar, pero me cuesta respirar y hay una guerra en mi pecho, estallando dolor dentro de mí. ¿Qué me pasa? ¿Tan infeliz seré? Es un día menos para vivir... otro día más sin vivir...
Hoy vi de nuevo esa mirada perdida, buscando algo que pareciera estar extraviado. Sin embargo, no se ha perdido, incluso nunca se fue. Está ahí esperando el momento para emerger. ¿Por qué es tan difícil para ti ser sincera con tus ideas por una sola vez tan siquiera?
¿La extrañas? ¿La odias? ¿Te arrepientes? No hay manera de saberlo. Quisiste enterrar los recuerdos con nuevas experiencias. Pero el descontento no es fácil de ocultar. Aquella chica de alegre calidez no volverá de nuevo. ¿Qué hiciste?
Es que me enamoré de ella… de su magia. Me enamoré de lo fácil que parecía ser feliz. Noches de desvelos sonriendo como estúpida. Me dejaba llevar por la sensación, parecía girar a mi alrededor, me hacía girar. Daba miedo.
Y luego solo lo apagué. Por comodidad. Porque era lo mejor. No es fácil decir esto. No es fácil admitir que la extraño.
“Estás viviendo la vida que necesitas vivir”, eso es tan redundante y tan falso como vos. De igual forma, no quiero perder tu amor esta noche. Suena la guitarra y me hace recordar. Es como si los 80s volvieran. Nuestra primera cita.
Cuadros de oleo me distraen. Me voy y vuelvo otra vez. Suena esa canción de Joy Division.
¿Acaso todo esto tiene algún sentido?
Tal vez mi punto de vista es el que menos importe o el que menos validez reciba por parte de los demás. Es lo usual y no puedo nadar contra corriente. La gente suele juzgar todo en la vida sin ni siquiera haber estado nunca en los zapatos del otro. Creen que saben las razones que orillan al mundo a hacer cosas que generalmente “no son correctas" o por lo menos no son vistas de esa manera. Sí, es verdad, fui "la otra" en la relación de Samuel y Victoria. Créanme que no es un orgullo aceptarlo, pero tampoco me arrepiento; hay cosas que pasan de repente y que no se pueden frenar.
Conocí a Samuel como conocerían a cualquier extraño en un bar. Nada especial, bailamos un poco y luego nos seguimos con miradas y sonrisas desde cada una de nuestras mesas. Teníamos amigos en común y de ahí surgió el intercambio de números. Con él las cosas fueron siempre geniales. Encontré en su compañía toda la confianza y seguridad que anduve buscando desde mis fallidas relaciones. Éramos apoyo mutuo y la salida a nuestros problemas.
Recuerdo que al inicio, su forma reservada de actuar y sus constantes huidas era lo que más me llamó la atención de él. Nos veíamos en contadas ocasiones y cuando lo hacíamos era poco tiempo el que convivíamos. Sin embargo, el escaso contacto era suficiente para lograr que lo extrañara cuando desaparecía. Siempre tenía detalles lindos, detalles que nadie más había tenido nunca conmigo y que me hacían sentir especial. Nunca había conocido a un caballero como Samuel, tan galante y dulce a la vez.
Recuerdo constantemente el día que por fin supe que él tenía una relación formal con Victoria. Era un día bastante gris y por algún motivo extraño nos encontrábamos en un parque lejos de todo, como si quisiéramos evadir la mirada tajante del cielo oscuro que quería arruinar nuestros planes. Nos colocamos bajo un gran árbol y él posó su cabeza sobre mis piernas. Comenzamos hablar de la vida, de lo bien que se sentía la brisa en nuestros rostros, de lo bonito que estaba el lugar y que sería bueno que regresáramos más a menudo, discutimos varias cosas sin sentido (de esas que no sirven para nada más que para sacarte sonrisas estúpidas), continuamos hablando no solo con las palabras, también con nuestras miradas. Y de repente pasó. Pasó lo que constantemente se repite en mi mente al intentar dormir cada noche, lo que en verdad fue el principio de todo.
—Vos, Silvia, ¿en quién pensás al acostarte? -me dijo Samuel de repente.
—En nadie -mentí-. Creo que solo me queda tiempo para pensar en las cosas que debo hacer al siguiente día. ¿Por qué me lo preguntás?
—Porque había olvidado que es bonito pensar en alguien antes de dormir, luego te conocí a vos.
Si ustedes hubieran visto esa mirada que tenía cuando lo dijo y cómo se aferró a mi cintura cuando se quedó en silencio, entenderían el por qué me enamoré perdidamente de él. Con esa frase comenzó a contarme la verdad, a explicarme la situación con Victoria. Sentí cómo frágiles hebras en mis adentros comenzaron a romperse sin querer, ¿pero qué podía hacer? No pude alejarme de él por más que debía hacerlo. A partir de ese día él siguió contándome sus problemas y yo seguía conteniéndolo. Después de todo, ¿quién lo entendía mejor que yo ahora?
La gente piensa que los hombres tienen el don del engaño, de hablar bonito para conseguir objetivos. Y puede que tengan razón en ciertos casos, pero ignoran que el hombre también puede sentirse descuidado, sentir que su pareja no lo valora como antes y buscar a alguien más para sentir “cosas bonitas” de nuevo. Yo me sentía bien de ser esa posibilidad para él, de poder acompañarlo y de disfrutar con él todas las sensaciones que vivíamos cada instante que estábamos juntos. “No puedo quejarme, yo también estoy disfrutando todo esto”, me lo repetí mucho al inicio, hasta que poco a poco la frase se gastó en medio del estancamiento.
Y así seguí, en una extraña benevolencia que sin querer poco a poco me empequeñecía. En muchos momentos le di más importancia a él que a mí misma, me dejé llevar por el amor y no por la razón. Nunca sentí que Samuel me utilizó, todo lo contrario, él siempre me cuidó y respetó aunque no fuera " la propia", "la legal", pero creo que debí ser consciente de que todo esto al final nunca iba llegar a nada.
Me sentía tan bien a su lado que poco a poco fui haciéndome la idea de que, aunque la dicha no era completa para mí, el tiempo a su lado era felicidad que quería y merecía tener. No lo veía como migajas, lo veía como la oportunidad de mostrarle toda mi comprensión y apoyo a su situación. Algo que sin duda él no tenía con Victoria y que a mí me hacía sentir especial por encima de ella. ¿Pero al final qué queda? ¿Si es todo tan bueno conmigo, por qué Victoria sigue ahí?
Es difícil dar la vuelta y salir de ahí aunque te sientas "la otra, la invasora". Yo era tan dueña de Samuel como lo era Victoria; así como había cosas que él solo hacía con ella, así había cosas que él solo hacía conmigo y que me daban derecho a retenerlo en mi vida. De igual forma, no puedes sacarte de la cabeza a alguien que en esencia ya está en todo tu cuerpo, en toda tu vida. No podía dejar escapar a mi fuente de felicidad, al único hombre que me hacía sentir querida y valorada, independientemente de las circunstancias.
Ahora han pasado dos meses desde que dejé de responder sus mensajes. Pensé que vería hechos que me demostrarían que Samuel podría ser capaz de abandonar todo por mí. No, no vi hechos, no vi luchas ni movimientos inesperados. Solo vi de vez en cuando un par de mensajes recordándome que, según el mundo, “los problemas que la pareja TENÍA y que no podía solucionar, SIEMPRE VAN A SER MI CULPA”, no importa si llegué un año después de que todo andaba mal.
¿Para qué tienen relaciones sentimentales si son tan pendejos?