Perdón por priorizar el orgullo antes que nuestra despedida. Por darle importancia a las cosas banales, que en la actualidad ya no existen, como tú.
Aún recuerdo el rosado de tus mejillas y los ojos brillosos que me miraban con cariño. Fueron más grandes las excusas que los momentos que compartimos, pero quedaron en mi alma casi tan indestructibles como tu cajita de girasoles que aún conservo.
Contigo aprendí que el tiempo valioso no se mide en cantidad, sino en la profundidad del amor que puedas expresar en él. Gracias por todo el cariño que me brindaste con tus cuidados, por la sonrisa callada cómplice de mis comentarios. Recuerdo con mucha felicidad mis visitas a tu morada.
Y a un lado de la cama, también se encuentra la fotografía que retrata una mediana edad. Con su mirada inocente y ocultando los años que aún le faltaban por vivir. Ahora está sobre el teclado con el que le cantaba canciones inventadas.
Contigo aprendí que para sentirse en compañía también basta el silencio. Que el lenguaje de amor va más allá de las palabras o el idioma compartido. Gracias por tu apoyo en mis momentos tristes, por estar para mí cuando lo necesitaba y cuando nadie más estaba. Recuerdo con mucha nostalgia tu dulce apariencia cuando dormías y la felicidad que me dabas.
Siempre te voy a recordar, con todo mi corazón, hasta el último suspiro de mi existencia. Gracias y perdón por todo.