Se me fue la voz. La que cantaba boleros dulces a tu corazón. La que como el rocío refrescaba tu alma y empañaba el vidrio de mi ventana las noches en vela que pensaba en ti. ¿Cuántas noches esa ventana fue cómplice de mis deseos? ¿Cuántas veces reveló al mundo nuestros fugaces encuentros? La luna iluminó a través de ella tu cuerpo desnudo y cansado, satisfecho de amor.
Se me fue la voz. La que susurraba su atracción por tu encanto y la que agitada decía tu nombre. La que como el viento te acariciaba salvajemente en octubre bajo la tenue luz que cierra el atardecer. El ocaso que marca el final de un sol protagonista, pero que invita a la luna a no opacar su belleza incomprendida. Luna que incrementaba la marea de deseos y la cadena de besos que recorría tu cuerpo.
Se me fue la voz. La que te decía "te amo" con caricias. La que como lluvia esperada inundaba de vida los campos secos que dejó el verano y colmaba de petricor tu ambiente. La cruel sequía de amor que dejaron otras personas antes de mí, yo la transformé en espacios de fertilidad y esperanza. Aboné los huertos de tu alma con paciencia y dedicación. Los frutos dulces los entregué a tu merced, y solo precisé como recompensa el resplandor de tu abundancia.
Se me fue la voz. La que guardó silencio cuando te tuvo de frente. La voz que como hoja se oscureció y se cayó del árbol. La que encontró hueco en el suelo y otras especies anidaron. La que en algún momento fue parte de ti y que dejaste caer de tu grandeza. Sírvase mi estancia para abonar el frío suelo de tu abandono, la tierra erosionada de tus promesas rotas.
Y la voz se me fue y tú la dejaste ir. La perdiste en medio de tu indecisión, la cansaste con tu poca claridad. Me he obligado a no pensar más en los labios que adornan tu sonrisa, ni en la calidez de tu voz grave. Ya no vuelven mis ansias a visitar tu orgullo, ni mi compromiso encuentra sitio en tu morada.
La voz se me fue y el silencio me abrazó más.