Hoy no hay un concepto previo, solo una extraña sensación de dolor que molesta e incomoda un poco. Un dolor que no pensé encontrar, y que ya tiene un año de retraso. Pero enfrenté esto en una onírica figura lejana, más lejana de lo que había imaginado. Y dolió, como no pensé que doliera o como yo me lo oculté tiempo atrás.
Te vi en los aposentos de Morfeo y sí, sí tenía claro el presente tal y cual acontece en este momento. No te vi ni más cercano ni más ideal. No me sentí sorprendida ni abrumada al tenerte presente. Te vi como supondría verte en la realidad, con el rostro dubitativo y un olor rancio a despedida inconclusa.
Pero la visión fue mucho más cruel de lo imaginado y te encontré corriendo por el patio de mis sueños fallidos, pisando con energía las marchitas flores de esperanza. Y aunque pensé no sentirlo, te extrañé muchísimo. Con toda la fuerza que omití en el pasado, con una punzada en el estómago y un vacío en el corazón. Extrañé tu voz diciendo mi nombre, pues ya no la recuerdo y como dice la canción, eso fue lo último que me quedaba de ti y se esfumó por completo, mientras jugabas en silencio por el jardín.
Entendí que el vacío estaba guardado por algún lado que desconocía y su acertijo por fin fue revelado. Y en ese lapso no pude ahogar las ganas que me quedaron de abrazarte y devolver el tiempo, mucho antes de haberte conocido. Y congelar ese contacto extraño, antes de todo. Antes de ti. Antes de nosotros.
Pienso muchas cosas. Una de ellas es que quizá duele el no tenerte, pero extrañamente no te quiero para nada conmigo. Es extraña esta manera de extrañar. Porque me duele y me molesta demasiado. Quisiera solo poder abrazarte un día, sin que eso signifique algo, sin que tengamos que dar explicaciones. Abrazarte y sustituir el último abrazo chueco que te di.
Quisiera tenerte conmigo por un instante sin poseerte en lo absoluto.
Porque por instantes extraño la calidez que alguna vez encontré en tus brazos, la sensación de familiaridad y seguridad. Extraño la paz de estar bien contigo y que tú estés bien con mi presencia. No quiero pensar, solo abrazarte una vez. No sé por qué ansío tanto el contacto contigo, pero nada sexual, ni nada romántico, ningún interés en encender viejas hogueras. Solo el contacto de alguien que extraña ese único detalle y fingir por un momento que no eres la persona que al final conocí en el ocaso de tus mentiras.
Por primera vez quiero arrancarme el dolor que me provocas en el fondo y que se esconde y no tener que fingir que no está aquí. Porque aunque el noventa y nueve por ciento del tiempo no esté, ese uno que le falta desbarata a mis complejos obsesivos compulsivos. Te extraño mil veces en este minuto, no sé cómo explicarte cuánto te extraño en cada golpe de la aguja segundera de este momento. Quisiera que hubiese una excusa para abrazarte y borrar tu memoria.
O quisiera solo poder morir en ese pensamiento.
Pero vuelvo a la realidad, esta matrix de tortura que nos gobierna. De cualquier manera, tu partida me hizo sentir nuevamente dolor y el dolor me recuerda la ausencia del placer y de la felicidad que se extravió con tu presencia. Y me siento extrañamente viva. Entonces agradezco que este dolor exista y me haga valorar esta sensación. Repito: es extraña esta manera de extrañarte. Y creo que me gusta.
Porque quizás no te extraño a vos, sino a esa sensación que me quedó. Lo que no tiene nombre...