Miré hacia dentro de mí y no me gustó lo que vi. ¿Estás consciente de que lo que eres hacia fuera es solo una fachada de lo que en realidad existe en tu vida? Por dentro hay vacío y abismos, hay rencores y miedos, pero no eres lo suficientemente valiente para verlo de cerca. Te esfumas en la superficialidad del presente y te regodeas en lo banal del día a día.
No me gustan los períodos de euforia y de sentirme bien porque luego tengo días como este donde quisiera no haber despertado o salir a la calle y que me atropelle un carro y morirme sin más. Me huele a podrido la vida en la que estoy, me está resultando difícil aparentar a esta persona feliz y su eterna performance.
¿De qué vale complacer los gustos o las necesidades de las demás personas? Solo te usan y luego no les importa romperte el alma. No les importa todo lo que te costó levantarte del fango, todo el esfuerzo y las lágrimas que lloraste para estar bien de nuevo. No. Te vuelven a pisotear y ahora te dejan en arenas movedizas. Sintiendo todavía más asco por ti misma que antes.
¿Qué más da? Ya no hay nada que salvar de esa vida mediocre. Todo lo malo que dejas que te pase tiene en su raíz tu profunda incapacidad de ser real. Y tu eterna cobardía para hacer lo que te puede liberar de esto. Escríbelo y déjalo salir. Que de algo sirva tu playlist estúpida de fondo.
¿Vas a tomar valor algún día para hacerlo? Tal vez sí. El terapeuta te aconseja alejar esos pensamientos y de verdad lo intentas, pero te hacen mucho ruido en la cabeza. Lo ves más cerca cada vez que te separas de lo que debes aparentar ser.
El día que lo haga, vas a encontrar debajo de mi cama una carta de despedida. Tal como un día te lo dije, siempre he previsto dejar todo claro. Por última vez.