Lisa se levantó confundida. Había en ella una sensación de liberación, pero se veía herida, su ropa estaba manchada y sentía el sabor de lo salado de las lágrimas en sus labios. Tomó una ducha con la intención de que esto le aclarara la mente, pero no recordaba nada. Por alguna extraña razón se sentía muy bien, aunque todas las circunstancias indicaban que debía sentir lo contrario.

El reloj del cuarto marcaba las 2:16 p.m. cuando ella se levantó. La casa estaba abandonada y todo parecía haber sido cambiado de lugar, parecía desconocido. Sin embargo, Lisa no recordaba lo que pasó la noche anterior. El sabor amargo de la resaca le daba indicios de que el alcohol podía haber nublado su memoria, pero no sentía el malestar físico. "¿De verdad bebí?", se preguntaba mientras terminaba de vestirse.

Una vez lista, se preguntó qué le depararía ese día. Se acercó a su piano y tocó algunas notas. Un par de ellas le recordaron las noches de su infancia llorando en su guarida improvisada. Aquellas veces que ahogó sus miedos, sus frustraciones y cuando aprendió que el sufrimiento y los sentimientos son de los débiles, que lo único que puedes conseguir con ellos es que la gente se burle de ti. ¿Pero por qué tocó precisamente esas notas?

En un momento cambió de espacio drásticamente. Fue a su pequeño estante y le dio por recoger dos de sus diarios de infancia. "¿Por qué siempre te ahogaste, Lisa? ¿Por qué estabas siempre sola con un cuaderno?", pensaba mientras hojeaba algunos relatos de un cuaderno viejo y manchado. Algunas lágrimas brotaron. En ese instante sintió lástima por la pequeña Lisa, la habían estropeado. ¿Pero por qué esa Lisa era tan ajena y lejana? ¿Por qué todos la marginaron?

Levantó la mirada mientras secaba sus lágrimas. Logró divisar en la pared un diploma de reconocimiento a la excelencia que había ganado cuando tenía 10 años. Se sintió increíblemente molesta. Corrió hacia él y lo hizo pedazos. El vidrio roto hirió sus manos, se limpió como pudo en su camisa. Estaba harta de que la gente midiera su valor basándose en la excelencia que demostraba. Estaba cansada de sentirse amada cuando hacía las cosas perfectamente. Ella también podía equivocarse. ¿Por qué la gente la castigaba con reproches cuando cometía errores? ¿Por qué sus errores pesaban más que los errores de los demás?

La sangre en sus manos seguía apareciendo y temió descompensarse por no controlar la hemorragia. Buscó en su cajón de misceláneas alguna venda o curita para comprimir la herida. En su lugar encontró una foto de su primer amor. Burlonamente se dijo a sí misma: "vine buscando algo para curarme una herida y encontré algo que me hirió mucho más". Recordó aquellos veranos de promesas y sueños. Aquellos días en los que lloró de felicidad y esperanza. Odió mucho más esa foto. La herida del brazo se amplió al corazón y ahora no sabía cómo parar. ¿Puede alguien marcarte una herida para siempre?

Se cansó de buscar en el cajón, pero misteriosamente una venda apareció de la nada. Como solía sucederle en la vida, las soluciones siempre estuvieron frente a ella, pero ella no era capaz de verlas cuando estaba ofuscada. En ese mismo cajón encontró un encendedor y un porrito que había guardado para alguna ocasión especial. "¿Por qué no?", se dijo a sí misma mientras lo encendía. Fue sintiendo calma y veía cómo pequeños fantasmas de humo volaban entre las exhalaciones. Se le ocurrió una idea con el encendedor.

Comenzó con sus diarios personales y el diploma de excelencia. Las llamas parecían cautivarle mientras subían y divagaban. Consumían sus lunas tristes, desaparecían su dolor. Cuando la foto comenzó a arder, sintió lástima por él, pero al mismo tiempo lo perdonó. El cajón comenzó a incrementar la llamarada. El mantel de al lado corrío a contagiar a los demás muebles. El humo comenzó a nublar la mirada y la mente. Lisa reía y sentía una euforia que nunca había vivido. No tomó nada de ese lugar más que una botella de whisky. Huyó donde Mirna y le pidió posada, diciendo que al día siguiente le contaría lo que pasó.

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Lisa se levantó confundida. Había en ella una sensación de liberación, pero se veía herida, su ropa estaba manchada y sentía el sabor de lo salado de las lágrimas en sus labios. Tomó una ducha con la intención de que esto le aclarara la mente, pero no recordaba nada. Por alguna extraña razón se sentía muy bien, aunque todas las circunstancias indicaban que debía sentir lo contrario.

Mirna se ofreció a llevarla a su casa. En el camino sonaba Fly Away From Here de Aerosmith y Lisa había vuelto el auto un karaoke. Cuando llegaron al destino, todo era caos y cenizas. Lisa recobró parcialmente la memoria y esbozó una sonrisa. Nunca había sido tan libre como ese día.


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