Daniela empuñaba con fuerza el arco del violín. Desafinaba una y otra vez, como si las notas mostraran sus ganas de huir de ella. Disonaban justo como lo hacían sus pensamientos, desentonando con lo que su pecho le gritaba. No fue una tarde normal de ensayo. Seguía nerviosa y afectada por lo que aconteció el día anterior.
Después de varios intentos de concentración, desistió del deber y tomó sus cosas para marcharse. Necesitaba tiempo. Tiempo para asimilar lo que sentía. Tiempo para no caer en deslices del corazón con incongruencias. Corazón disparatado e inconsecuente con su vida actual, sus necesidades, sus afectos.
En su cuarto, Daniela se enfrentó a sí misma en un espejo y observó su rostro con detenimiento. Recorrió en él, el fleco brilloso que caía sobre su frente, sus ojos que titiritaban llorosos e hizo una pausa larga observando su boca. No pudo evitar recibir el flashback que tanto la estaba atormentando.
─¡Por favor, no lo hagas! –decía Daniela entre susurros y quejas inconclusas─. ¡No puedo hacerle esto!
─¡Yo tampoco puedo evitarlo! ¡No puedo, Daniela! ─replicaba Manuel de forma agitada.
Ese beso había abierto una puerta de la que no podían regresar luego de haberla cruzado. Una avalancha de dudas estaba sepultando a Daniela. Ese pasado día, que no podía parar de recordar, había puesto en entredicho su compromiso completo. Quedaban pocas semanas antes de casarse con Javier, su prometido, y Daniela no podía entender por qué besó a Manuel esa tarde.
En la vida de Daniela, Manuel había entrado hace seis meses. Ella se refería a él como “una casualidad laboral”, pues lo conoció en un evento del trabajo donde intercambiaron palabras por cortesía. Sin embargo, ese encuentro y otros realizados en el marco de sus labores, fueron suficientes para que ambos encontraran una simpatía magnética entre los dos. Fue así como intercambiaron números y formaron una pequeña amistad.
Por otro lado, Javier era el prometido de Daniela desde hace más de un año. Juntos habían entablado una relación estable dos años antes de comprometerse y ambos tenían claro que querían compartir el resto de sus vidas, pues se amaban y se conocían como nadie más podría. Su amor era paciente, comprensivo y firme. O por lo menos así lo sentían.
Era de esperarse que Daniela estuviera tan confundida mientras recordaba, con incómodas emociones, cómo había llegado hasta ese beso. Siguió inmóvil en su cuarto mientras trataba de domar la vorágine de dudas que acontecían sobre su cerebro y su corazón.
En los primeros tres meses de haberse conocido, Daniela y Manuel solo mantenían contacto en línea. Conversaban largas horas sobre temáticas triviales o profundas, según el ánimo que encontrasen en sus días. Tenían muchas cosas en común y ambos creaban los espacios para seguir platicando sin alterar las rutinas de sus respectivas vidas.
Esas pláticas llenaban a Daniela de entusiasmo e intriga, pues había encontrado a alguien con quien podía salir de su rutina habitual. Manuel era alguien dulce y divertido, alguien que le mostraba otras facetas en la vida. Manuel, aun con la barrera que representaba un simple chat en redes sociales, había logrado una cercanía que arremetía contra la distancia emocional que Javier tenía con Daniela. Fue por toda esa hazaña que Manuel había logrado que, luego de tres meses de haberse conocido con Daniela, comenzaron a frecuentarse afuera del usual chat. A pesar de que ella estaba comprometida con Javier y Manuel lo sabía perfectamente.
En estos encuentros físicos, Daniela y Manuel jamás traspasaron las pláticas nerviosas y uno que otro roce de apariencia inocente. Sus citas estaban cargadas de risas y desahogos, de mucha escucha y huidas de lo monótono. En los espacios con Manuel, Daniela encontraba detalles que hacía tiempo no encontraba en la relación con Javier, pero con todo y eso, no había desistido aún de la idea de casarse con él.
Fue hasta la tarde del beso cuando las cosas comenzaron a tambalear para Daniela. Manuel había demostrado al hombre enamorado dispuesto a todo. Esa tarde, en un café, tomó la mano de Daniela y le confesó a quemarropa cuánto la amaba y la certeza que tenía sobre lo que ella también sentía por él. Sabía que él era el hombre que había devuelto el “amor del bueno” a Daniela. Ese amor que se grita con el cuerpo, que se demuestra con besos, con risas, con el tacto y la ternura.
─En serio te lo digo, yo no puedo parar de sentir lo que siento por vos. Porque a mí no me importa abrazarte en medio de toda esta gente. A mí no me importa enfrentar lo que se venga, si es por vos y con vos. ─afirmó con fuerza Manuel mientras sostenía con ternura el rostro de Daniela.
Pasaron tres minutos en silencio, viéndose fijamente a los ojos mientras algunas lágrimas rodaron por las mejillas de Daniela. Ella había olvidado la fuerte sensación que deja el mirarse tanto tiempo a los ojos con alguien, sintiendo las cosquillas y los nervios del amor. Manuel seguía sosteniendo la mano de Daniela con ligeras presiones en los dedos para poder relajarla, él sabía cuánto le gustaba a ella que sostuvieran su mano y la apretaran cuando estaba tensa.
En todo el tiempo que llevaban conociéndose, Manuel había logrado identificar cómo la ternura afectaba a Daniela y el anhelo que ella tenía por volver a sentir eso con alguien, pues en su relación no existía tal cosa. Sabía que esos pequeños detalles significarían grandes sensaciones en Daniela. Sabía que esta era su oportunidad para demostrarle que el amor se basa en esos pequeños detalles y no en relaciones que se arrastran por costumbre.
Mientras seguían viéndose fijamente, se escapaban risas nerviosas que incrementaban las palpitaciones de ambos. Manuel se acercó de forma lenta y nuevamente posó sus labios sobre la nerviosa boca de Daniela. Después separando sus rostros por apenas un par de centímetros y luego de verla con sus ojos brillantes y sonreírle dulcemente, le besó la frente y la sostuvo entre sus brazos por un largo rato. Sintiendo como sus cuerpos sincronizaban sus latidos acelerados y su calidez.
─Ya no quiero pensar ─dijo a sí misma Daniela mientras suspiraba frente al espejo.
Después de varios intentos de concentración, desistió del deber y tomó sus cosas para marcharse. Necesitaba tiempo. Tiempo para asimilar lo que sentía. Tiempo para no caer en deslices del corazón con incongruencias. Corazón disparatado e inconsecuente con su vida actual, sus necesidades, sus afectos.
En su cuarto, Daniela se enfrentó a sí misma en un espejo y observó su rostro con detenimiento. Recorrió en él, el fleco brilloso que caía sobre su frente, sus ojos que titiritaban llorosos e hizo una pausa larga observando su boca. No pudo evitar recibir el flashback que tanto la estaba atormentando.
─¡Por favor, no lo hagas! –decía Daniela entre susurros y quejas inconclusas─. ¡No puedo hacerle esto!
─¡Yo tampoco puedo evitarlo! ¡No puedo, Daniela! ─replicaba Manuel de forma agitada.
Ese beso había abierto una puerta de la que no podían regresar luego de haberla cruzado. Una avalancha de dudas estaba sepultando a Daniela. Ese pasado día, que no podía parar de recordar, había puesto en entredicho su compromiso completo. Quedaban pocas semanas antes de casarse con Javier, su prometido, y Daniela no podía entender por qué besó a Manuel esa tarde.
En la vida de Daniela, Manuel había entrado hace seis meses. Ella se refería a él como “una casualidad laboral”, pues lo conoció en un evento del trabajo donde intercambiaron palabras por cortesía. Sin embargo, ese encuentro y otros realizados en el marco de sus labores, fueron suficientes para que ambos encontraran una simpatía magnética entre los dos. Fue así como intercambiaron números y formaron una pequeña amistad.
Por otro lado, Javier era el prometido de Daniela desde hace más de un año. Juntos habían entablado una relación estable dos años antes de comprometerse y ambos tenían claro que querían compartir el resto de sus vidas, pues se amaban y se conocían como nadie más podría. Su amor era paciente, comprensivo y firme. O por lo menos así lo sentían.
Era de esperarse que Daniela estuviera tan confundida mientras recordaba, con incómodas emociones, cómo había llegado hasta ese beso. Siguió inmóvil en su cuarto mientras trataba de domar la vorágine de dudas que acontecían sobre su cerebro y su corazón.
En los primeros tres meses de haberse conocido, Daniela y Manuel solo mantenían contacto en línea. Conversaban largas horas sobre temáticas triviales o profundas, según el ánimo que encontrasen en sus días. Tenían muchas cosas en común y ambos creaban los espacios para seguir platicando sin alterar las rutinas de sus respectivas vidas.
Esas pláticas llenaban a Daniela de entusiasmo e intriga, pues había encontrado a alguien con quien podía salir de su rutina habitual. Manuel era alguien dulce y divertido, alguien que le mostraba otras facetas en la vida. Manuel, aun con la barrera que representaba un simple chat en redes sociales, había logrado una cercanía que arremetía contra la distancia emocional que Javier tenía con Daniela. Fue por toda esa hazaña que Manuel había logrado que, luego de tres meses de haberse conocido con Daniela, comenzaron a frecuentarse afuera del usual chat. A pesar de que ella estaba comprometida con Javier y Manuel lo sabía perfectamente.
En estos encuentros físicos, Daniela y Manuel jamás traspasaron las pláticas nerviosas y uno que otro roce de apariencia inocente. Sus citas estaban cargadas de risas y desahogos, de mucha escucha y huidas de lo monótono. En los espacios con Manuel, Daniela encontraba detalles que hacía tiempo no encontraba en la relación con Javier, pero con todo y eso, no había desistido aún de la idea de casarse con él.
Fue hasta la tarde del beso cuando las cosas comenzaron a tambalear para Daniela. Manuel había demostrado al hombre enamorado dispuesto a todo. Esa tarde, en un café, tomó la mano de Daniela y le confesó a quemarropa cuánto la amaba y la certeza que tenía sobre lo que ella también sentía por él. Sabía que él era el hombre que había devuelto el “amor del bueno” a Daniela. Ese amor que se grita con el cuerpo, que se demuestra con besos, con risas, con el tacto y la ternura.
─En serio te lo digo, yo no puedo parar de sentir lo que siento por vos. Porque a mí no me importa abrazarte en medio de toda esta gente. A mí no me importa enfrentar lo que se venga, si es por vos y con vos. ─afirmó con fuerza Manuel mientras sostenía con ternura el rostro de Daniela.
Pasaron tres minutos en silencio, viéndose fijamente a los ojos mientras algunas lágrimas rodaron por las mejillas de Daniela. Ella había olvidado la fuerte sensación que deja el mirarse tanto tiempo a los ojos con alguien, sintiendo las cosquillas y los nervios del amor. Manuel seguía sosteniendo la mano de Daniela con ligeras presiones en los dedos para poder relajarla, él sabía cuánto le gustaba a ella que sostuvieran su mano y la apretaran cuando estaba tensa.
En todo el tiempo que llevaban conociéndose, Manuel había logrado identificar cómo la ternura afectaba a Daniela y el anhelo que ella tenía por volver a sentir eso con alguien, pues en su relación no existía tal cosa. Sabía que esos pequeños detalles significarían grandes sensaciones en Daniela. Sabía que esta era su oportunidad para demostrarle que el amor se basa en esos pequeños detalles y no en relaciones que se arrastran por costumbre.
Mientras seguían viéndose fijamente, se escapaban risas nerviosas que incrementaban las palpitaciones de ambos. Manuel se acercó de forma lenta y nuevamente posó sus labios sobre la nerviosa boca de Daniela. Después separando sus rostros por apenas un par de centímetros y luego de verla con sus ojos brillantes y sonreírle dulcemente, le besó la frente y la sostuvo entre sus brazos por un largo rato. Sintiendo como sus cuerpos sincronizaban sus latidos acelerados y su calidez.
─Ya no quiero pensar ─dijo a sí misma Daniela mientras suspiraba frente al espejo.