Esta noche lo recordé cuando pensé que no lo volvería a hacer. Vino a visitarme su yo del pasado, aún no era tan delgado y había más felicidad en sus ojos escondidos bajo pestañas. Lo abracé y le dije que lo había extrañado por muchos meses, le pregunté dónde había estado y por qué ya no le había visto más.

Me contó un secreto entre sonrisas y sarcasmo, me pidió esconderlo entre mis pensamientos y no revelarlo jamás. Accedí pronto al ver su entusiasmo y su emoción, no entendía qué pasaba pero me gustaba su espontaneidad. Tomé sus manos tibias para hacerle la promesa de no fallar a su secreto y noté una vez más las señales de ansiedad en las cutículas de sus uñas. No juzgué, era un detalle peculiar de sus manías y me hizo recordar su vulnerabilidad.

Nunca entendí por qué se subestimaba a menudo y por qué infravaloraba sus capacidades. Habían tantas cosas por lograr y tantos miedos que lo saboteaban. Yo estaba muy orgullosa de cómo iba creciendo poco a poco. De la autoconfianza y la determinación con la que abordaba sus pasiones. Me quedé observando fotografías de sus logros que deambulaban en mi mente.

Rompió el momento de mi observación con un chiste tonto que me hizo esbozar una sonrisa, tenía la particularidad de decir algo gracioso en los momentos menos esperados. Y yo había aprendido a descifrar su humor y a acompañar su ingenio. Los mejores momentos siempre se habían dado cuando él se reía de sus propios chistes y cuando valoraba sus talentos escondidos para la comedia incomprendida. Se mostraba su sonrisa natural.

Su sonrisa de las fotos era mala, hubo pocas estampas que reflejaran fielmente el poder de su sonrisa verdadera. A veces la sonrisa legítima se manifestaba con otras personas del mundo, pero me encantaba estar ahí para reconocerla. Había cierta luz que iluminaba los días difíciles. Varios días difíciles.

Recuerdo una noche difícil en concreto, su cuerpo había dejado de tolerar cualquier elemento externo. Vació de repente todo el dolor en un líquido particular que bañó el piso de la sala. Fue la primera vez que recogí sin mala cara el desastre de una tercera persona y su incomodidad frente a la escena me parecía tierna. No fue una molestia para mí, fue en realidad un esbozo de mi capacidad de amar. Porque sin pensarlo lo amé desde el día cero, con un rompecabezas que encajó en el mes doce. 

Doce minutos han pasado desde que vino su recuerdo. Un cover acústico de "The Winner Takes it All" me da el ambiente nostálgico de fondo. No sé si son las lágrimas las que nublan mi visión o si comienza a desvanecerse su presencia. Antes que se vaya quiero despedirme.

Me acerco a la poca luz que se refleja en su presencia. Lo abrazo y le agradezco todo lo vivido. Lo recuesto en mi regazo y masajeo delicadamente su espalda como solía gustarle. "Todo estará bien" le susurro. Su yo del pasado me sonríe y me agradece, mi yo del presente le sonríe también. "No te preocupes, guardaré tu secreto", le digo.

Se refractó esta luz y cambió la oscuridad a color.



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