Ha reaparecido tu figura andante
y tu fuerza desdichada
en los caminos secos de mi tortuoso duelo.
Y he sentido intenso el olor de tu perfume
que ha vencido al petricor
de mis lágrimas tocando al suelo.
"¡He vuelto!" - me grita impulsivo un recuerdo
"¿Por qué hoy?" - me quejo en desacuerdo
"Hemos sanado..." - decreta un suspiro al final.
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Últimamente, he pensado en usted. No con nostalgia punzante, ni con esas ganas de volver que a veces se disfrazan de ternura. Lo he pensado como se piensa en un libro leído hace tiempo: recordando pasajes sueltos, más por lo que me hicieron sentir que por lo que realmente decían.
Quizás echo de menos la emoción que traía con usted. Esa forma en que mi pecho se alborota cuando está emocionado. Las primeras citas improvisadas, las sonrisas tontas mientras ves profundo a los ojos, los tacos helados por no comerlos rápido, las pláticas de extra tiempo en el parqueo por no querer despedirse, el suspiro profundo cerca de un oído cuando el abrazo encuentra acomodo...
Y ahí lo noto: Extraño a esa versión de mí. La que se emociona, la que se pone nerviosa y se ríe por todo, la que siente que tanto deseo no le cabe en el pecho inflado de amor, que escribe historias de sus detalles favoritos en el día, que espera a los 70 años recordar con un libro lleno de anécdotas todo lo que implica tu maravillosa existencia. Extraño sentir que todo puede ser una escena de película, con "Tarde" de Siddhartha de fondo, mientras el viento me mueve el cabello en un road trip.
Ya no hay refugio en la calma; la he habitado, la he entendido, incluso la venero. Pero ahora, aunque a veces parezca difícil soltar lo quieto, he dejado la puerta entreabierta. No por nostalgia, sino por deseo: por si el viento trae una chispa y me encuentra sin avisar.
