Tal vez mi punto de vista es el que menos importe o el que menos validez reciba por parte de los demás. Es lo usual y no puedo nadar contra corriente. La gente suele juzgar todo en la vida sin ni siquiera haber estado nunca en los zapatos del otro. Creen que saben las razones que orillan al mundo a hacer cosas que generalmente “no son correctas" o por lo menos no son vistas de esa manera. Sí, es verdad, fui "la otra" en la relación de Samuel y Victoria. Créanme que no es un orgullo aceptarlo, pero tampoco me arrepiento; hay cosas que pasan de repente y que no se pueden frenar.

Conocí a Samuel como conocerían a cualquier extraño en un bar. Nada especial, bailamos un poco y luego nos seguimos con miradas y sonrisas desde cada una de nuestras mesas. Teníamos amigos en común y de ahí surgió el intercambio de números. Con él las cosas fueron siempre geniales. Encontré en su compañía toda la confianza y seguridad que anduve buscando desde mis fallidas relaciones. Éramos apoyo mutuo y la salida a nuestros problemas.

Recuerdo que al inicio, su forma reservada de actuar y sus constantes huidas era lo que más me llamó la atención de él. Nos veíamos en contadas ocasiones y cuando lo hacíamos era poco tiempo el que convivíamos. Sin embargo, el escaso contacto era suficiente para lograr que lo extrañara cuando desaparecía. Siempre tenía detalles lindos, detalles que nadie más había tenido nunca conmigo y que me hacían sentir especial. Nunca había conocido a un caballero como Samuel, tan galante y dulce a la vez.

Recuerdo constantemente el día que por fin supe que él tenía una relación formal con Victoria. Era un día bastante gris y por algún motivo extraño nos encontrábamos en un parque lejos de todo, como si quisiéramos evadir la mirada tajante del cielo oscuro que quería arruinar nuestros planes. Nos colocamos bajo un gran árbol y él posó su cabeza sobre mis piernas. Comenzamos hablar de la vida, de lo bien que se sentía la brisa en nuestros rostros, de lo bonito que estaba el lugar y que sería bueno que regresáramos más a menudo, discutimos varias cosas sin sentido (de esas que no sirven para nada más que para sacarte sonrisas estúpidas), continuamos hablando no solo con las palabras, también con nuestras miradas. Y de repente pasó. Pasó lo que constantemente se repite en mi mente al intentar dormir cada noche, lo que en verdad fue el principio de todo.

Vos, Silvia, ¿en quién pensás al acostarte? -me dijo Samuel de repente.
En nadie -mentí-. Creo que solo me queda tiempo para pensar en las cosas que debo hacer al siguiente día. ¿Por qué me lo preguntás?
Porque había olvidado que es bonito pensar en alguien antes de dormir, luego te conocí a vos.

Si ustedes hubieran visto esa mirada que tenía cuando lo dijo y cómo se aferró a mi cintura cuando se quedó en silencio, entenderían el por qué me enamoré perdidamente de él. Con esa frase comenzó a contarme la verdad, a explicarme la situación con Victoria. Sentí cómo frágiles hebras en mis adentros comenzaron a romperse sin querer, ¿pero qué podía hacer? No pude alejarme de él por más que debía hacerlo. A partir de ese día él siguió contándome sus problemas y yo seguía conteniéndolo. Después de todo, ¿quién lo entendía mejor que yo ahora?

La gente piensa que los hombres tienen el don del engaño, de hablar bonito para conseguir objetivos. Y puede que tengan razón en ciertos casos, pero ignoran que el hombre también puede sentirse descuidado, sentir que su pareja no lo valora como antes y buscar a alguien más para sentir “cosas bonitas” de nuevo. Yo me sentía bien de ser esa posibilidad para él, de poder acompañarlo y de disfrutar con él todas las sensaciones que vivíamos cada instante que estábamos juntos. “No puedo quejarme, yo también estoy disfrutando todo esto”, me lo repetí mucho al inicio, hasta que poco a poco la frase se gastó en medio del estancamiento.

Y así seguí, en una extraña benevolencia que sin querer poco a poco me empequeñecía. En muchos momentos le di más importancia a él que a mí misma, me dejé llevar por el amor y no por la razón. Nunca sentí que Samuel me utilizó, todo lo contrario, él siempre me cuidó y respetó aunque no fuera " la propia", "la legal", pero creo que debí ser consciente de que todo esto al final nunca iba llegar a nada.

Me sentía tan bien a su lado que poco a poco fui haciéndome la idea de que, aunque la dicha no era completa para mí, el tiempo a su lado era felicidad que quería y merecía tener. No lo veía como migajas, lo veía como la oportunidad de mostrarle toda mi comprensión y apoyo a su situación. Algo que sin duda él no tenía con Victoria y que a mí me hacía sentir especial por encima de ella. ¿Pero al final qué queda? ¿Si es todo tan bueno conmigo, por qué Victoria sigue ahí?

Es difícil dar la vuelta y salir de ahí aunque te sientas "la otra, la invasora". Yo era tan dueña de Samuel como lo era Victoria; así como había cosas que él solo hacía con ella, así había cosas que él solo hacía conmigo y que me daban derecho a retenerlo en mi vida. De igual forma, no puedes sacarte de la cabeza a alguien que en esencia ya está en todo tu cuerpo, en toda tu vida. No podía dejar escapar a mi fuente de felicidad, al único hombre que me hacía sentir querida y valorada, independientemente de las circunstancias.

Ahora han pasado dos meses desde que dejé de responder sus mensajes. Pensé que vería hechos que me demostrarían que Samuel podría ser capaz de abandonar todo por mí. No, no vi hechos, no vi luchas ni movimientos inesperados. Solo vi de vez en cuando un par de mensajes recordándome que, según el mundo, “los problemas que la pareja TENÍA y que no podía solucionar, SIEMPRE VAN A SER MI CULPA”, no importa si llegué un año después de que todo andaba mal.

¿Para qué tienen relaciones sentimentales si son tan pendejos?


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