Mi querida Vic:
No encontré otra forma de hablar contigo más que escribirte, pues no contestas mis llamadas y siempre que he querido ir a buscarte a tu casa nadie responde. He preguntado a tus amigas por ti y todas me responden lo mismo “eres un patán, ya déjala en paz”, como si en verdad supieran todo lo que en realidad pasó. El afán de hablar contigo no es excusarme o presionarte a intentarlo de nuevo (aunque en realidad es algo que me gustaría), lo único que quiero es que sepas la realidad de todo lo ocurrido y que basado en ello entiendas cómo pasó todo.
Tenemos casi tres años de relación, entre momentos buenos y malos como toda pareja. Jamás había durado tanto con alguien y jamás había amado de la manera en que te amo a vos. Discúlpame si aún no ocupo el pasado, pero no considero que lo nuestro esté perdido. Es verdad, he cometido errores difíciles de asimilar y quizá no merezca más tu consideración, pero en realidad eres la única mujer con la que yo he imaginado todo un proyecto a futuro.
Sé que pensarás “¿y entonces por qué me traicionó?” y tienes toda la razón de sentirte molesta y defraudada, pero creo que merezco decir las cosas que me orillaron a eso y que tú las escuches con atención. Muchas de esas cosas dependieron de ambos no solo de mí, y esto no quiero que lo tomes como excusa por favor.
De un tiempo para acá nuestra vida en común comenzó a volverse monótona y aburrida, apenas conversábamos y cuando lo hacíamos casi siempre estabas de mal humor. Debo decir que mi reacción ante esto no fue la mejor, pero me cansaron tus quejas y malas actitudes. Entonces comencé a pensar que nuestro amor comenzaba a apagarse, que quizás era momento de dejarnos de una vez, pero te amo tanto que me resulta difícil dejarte ir.
Como repelente a los malos tiempos, comencé a salir más con mis amigos para distraerme y eso te molestaba demasiado. Ni siquiera había hecho nada malo en ninguna ocasión, pero comencé a notar en ti cierta falta de confianza solo porque mis amistades tenían fama de mujeriegos. Ahora te lo digo, Victoria, siempre detesté tu desconfianza; no te dije nada para no derrumbar lo poco que aún nos quedaba. Decidí entonces darte la razón y comencé a conocer señoritas, nada serio en realidad solo distracción. Yo no le daba mayor importancia a las “relaciones” paralelas que comencé a tener; en realidad solo lo hacía por las ganas de volver a conquistar a una persona. Esas ganas de conocer a alguien nuevo, el coqueteo y la seducción, pero luego terminar sin compromisos pues a futuro ya te tenía a vos.
Es que en realidad no te miento cuando te digo que siempre me sentí totalmente enamorado de vos. El problema es que últimamente me hacías sentir que la causa de todos los problemas entre nosotros era yo, mis salidas, mis asuntos. Empecé a sentir que verte era una ley que tenía que cumplir, pudiera o no pudiera hacerlo. Sinceramente, la relación me comenzó a parecer más una carga que un apoyo. Es frustrante no encontrar solución a pequeños inconvenientes, irritarse por cosas minúsculas. Aguantar las quejas de tus necesidades, de tus problemas e inseguridades me comenzó a cansar lentamente.
En medio de esas casualidades que la vida te da sin querer conocí a Silvia. Me resultó simpática, divertida y se dirigía a mí con una dulzura que me hacía escapar de toda la monotonía que tenía contigo los últimos meses. No podía evitar hablarle, verla y demás; me atraía y yo le atraía. El tiempo que pasábamos juntos era divertido y satisfactorio. Ella tenía ciertos detalles que hace tiempo no veía en ti, detalles que sería importante que muchas mujeres siempre tengan en cuenta.
No es que los hombres seamos superficiales o que nos enamoremos solo de lo físico, pero muchas mujeres descuidan su aspecto luego de varios meses de relación. ¿Creen que los hombres no nos fijamos en lo que hacen para verse lindas? ¿La ropa que visten, cómo peinan su cabello, el perfume que usan… esos detalles que tenían con nosotros cuando todo comenzaba? Claro que nos fijamos. Así como ustedes se desilusionan cuando los hombres dejan de ser detallistas y galantes, así nos pasa a nosotros cuando ustedes descuidan su aspecto. Es como si se dejara de conquistar al otro, como si ya lo tuvieran todo en la palma de la mano.
Ahora bien, Silvia no solo mantenía la coquetería necesaria en una relación, también se había vuelto mi amiga, una especie de confidente. Ella me contaba sus problemas y yo los míos, éramos una especie de apoyo mutuo. Incluso ella siempre supo lo que yo tenía contigo y nunca me presionó a abandonarte porque sabía que yo te amaba y que me sería muy difícil dejar todo atrás de un día para otro. No sé si ahora lo puedas entender, Victoria. En los últimos meses dejaste de ser mi apoyo, te la pasaste quejándote, juzgándome. ¿Creen en realidad que los hombres no tenemos necesidades como ustedes? La gran diferencia entre hombres y mujeres es que nosotros no andamos pregonando nuestras decepciones por doquier.
Aunque no lo creas en infinidad de ocasiones quise explicarte todo esto, pero fui cobarde y nunca tuvimos la oportunidad de hablar sin terminar discutiendo. Debo decirte que me sorprendió tu actitud cuando descubriste todo lo que pasaba con Silvia. No hubo gritos, reclamos o escenas desgarradoras, sutilmente me echaste de tu vida como si no te importara nada de lo que pasó, como si fuera fácil terminar todo lo que construimos. Con tu indiferencia pensé que también tenías a alguien más, sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que poco a poco te estabas consumiendo y me sentí ruin.
Yo no quiero hacerte daño, Vic. Sinceramente nunca quise hacerlo. Las cosas se fueron dando hasta lo que ahora nos acontece y aunque no me lo creas siempre estuve seguro de lo que sentía por ti. Quisiera ayudarte, pero no sé cómo; al fin y al cabo yo soy la causa de tu dolor. Nunca quise que las cosas llegaran a este punto, pero me resultaba difícil comprenderte; nunca pudimos arreglar las cosas hablándolas claramente. La mayoría de mujeres deberían entender que ningún hombre sabe a plenitud lo que ustedes quieren, no somos adivinos ni expertos en el comportamiento femenino. Un “nada” es eso: NADA. No importa el tono en que lo digan, los gestos que ocupen o la indirecta que quieran transmitir; sigue siendo un "nada" que solo sirve para excluir al otro de lo que en realidad sentimos.
Después de todo lo que pasó dejé de frecuentar a Silvia, creo que ella ya lo veía venir. Fue difícil dejarla y por momentos me siento mal porque parece que solo la utilicé, pero vos sos la mujer que amo por sobre todas las cosas y con la que siempre he añorado construir un hogar. Es por eso que sigo intentando recuperarte a pesar de todo.
Espero que con todo esto entiendas que una relación no es lineal ni perfecta, hay baches en ella y es responsabilidad de la pareja tratar de salir a flote. Puedes darme la oportunidad de enmendar mi error y demostrar mi genuino arrepentimiento, pero si no sucede solo quiero que sepas algo: en una relación el papel de víctima no te lo impone nadie, te lo das vos solo con las acciones que no afrontás.
No encontré otra forma de hablar contigo más que escribirte, pues no contestas mis llamadas y siempre que he querido ir a buscarte a tu casa nadie responde. He preguntado a tus amigas por ti y todas me responden lo mismo “eres un patán, ya déjala en paz”, como si en verdad supieran todo lo que en realidad pasó. El afán de hablar contigo no es excusarme o presionarte a intentarlo de nuevo (aunque en realidad es algo que me gustaría), lo único que quiero es que sepas la realidad de todo lo ocurrido y que basado en ello entiendas cómo pasó todo.
Tenemos casi tres años de relación, entre momentos buenos y malos como toda pareja. Jamás había durado tanto con alguien y jamás había amado de la manera en que te amo a vos. Discúlpame si aún no ocupo el pasado, pero no considero que lo nuestro esté perdido. Es verdad, he cometido errores difíciles de asimilar y quizá no merezca más tu consideración, pero en realidad eres la única mujer con la que yo he imaginado todo un proyecto a futuro.
Sé que pensarás “¿y entonces por qué me traicionó?” y tienes toda la razón de sentirte molesta y defraudada, pero creo que merezco decir las cosas que me orillaron a eso y que tú las escuches con atención. Muchas de esas cosas dependieron de ambos no solo de mí, y esto no quiero que lo tomes como excusa por favor.
De un tiempo para acá nuestra vida en común comenzó a volverse monótona y aburrida, apenas conversábamos y cuando lo hacíamos casi siempre estabas de mal humor. Debo decir que mi reacción ante esto no fue la mejor, pero me cansaron tus quejas y malas actitudes. Entonces comencé a pensar que nuestro amor comenzaba a apagarse, que quizás era momento de dejarnos de una vez, pero te amo tanto que me resulta difícil dejarte ir.
Como repelente a los malos tiempos, comencé a salir más con mis amigos para distraerme y eso te molestaba demasiado. Ni siquiera había hecho nada malo en ninguna ocasión, pero comencé a notar en ti cierta falta de confianza solo porque mis amistades tenían fama de mujeriegos. Ahora te lo digo, Victoria, siempre detesté tu desconfianza; no te dije nada para no derrumbar lo poco que aún nos quedaba. Decidí entonces darte la razón y comencé a conocer señoritas, nada serio en realidad solo distracción. Yo no le daba mayor importancia a las “relaciones” paralelas que comencé a tener; en realidad solo lo hacía por las ganas de volver a conquistar a una persona. Esas ganas de conocer a alguien nuevo, el coqueteo y la seducción, pero luego terminar sin compromisos pues a futuro ya te tenía a vos.
Es que en realidad no te miento cuando te digo que siempre me sentí totalmente enamorado de vos. El problema es que últimamente me hacías sentir que la causa de todos los problemas entre nosotros era yo, mis salidas, mis asuntos. Empecé a sentir que verte era una ley que tenía que cumplir, pudiera o no pudiera hacerlo. Sinceramente, la relación me comenzó a parecer más una carga que un apoyo. Es frustrante no encontrar solución a pequeños inconvenientes, irritarse por cosas minúsculas. Aguantar las quejas de tus necesidades, de tus problemas e inseguridades me comenzó a cansar lentamente.
En medio de esas casualidades que la vida te da sin querer conocí a Silvia. Me resultó simpática, divertida y se dirigía a mí con una dulzura que me hacía escapar de toda la monotonía que tenía contigo los últimos meses. No podía evitar hablarle, verla y demás; me atraía y yo le atraía. El tiempo que pasábamos juntos era divertido y satisfactorio. Ella tenía ciertos detalles que hace tiempo no veía en ti, detalles que sería importante que muchas mujeres siempre tengan en cuenta.
No es que los hombres seamos superficiales o que nos enamoremos solo de lo físico, pero muchas mujeres descuidan su aspecto luego de varios meses de relación. ¿Creen que los hombres no nos fijamos en lo que hacen para verse lindas? ¿La ropa que visten, cómo peinan su cabello, el perfume que usan… esos detalles que tenían con nosotros cuando todo comenzaba? Claro que nos fijamos. Así como ustedes se desilusionan cuando los hombres dejan de ser detallistas y galantes, así nos pasa a nosotros cuando ustedes descuidan su aspecto. Es como si se dejara de conquistar al otro, como si ya lo tuvieran todo en la palma de la mano.
Ahora bien, Silvia no solo mantenía la coquetería necesaria en una relación, también se había vuelto mi amiga, una especie de confidente. Ella me contaba sus problemas y yo los míos, éramos una especie de apoyo mutuo. Incluso ella siempre supo lo que yo tenía contigo y nunca me presionó a abandonarte porque sabía que yo te amaba y que me sería muy difícil dejar todo atrás de un día para otro. No sé si ahora lo puedas entender, Victoria. En los últimos meses dejaste de ser mi apoyo, te la pasaste quejándote, juzgándome. ¿Creen en realidad que los hombres no tenemos necesidades como ustedes? La gran diferencia entre hombres y mujeres es que nosotros no andamos pregonando nuestras decepciones por doquier.
Aunque no lo creas en infinidad de ocasiones quise explicarte todo esto, pero fui cobarde y nunca tuvimos la oportunidad de hablar sin terminar discutiendo. Debo decirte que me sorprendió tu actitud cuando descubriste todo lo que pasaba con Silvia. No hubo gritos, reclamos o escenas desgarradoras, sutilmente me echaste de tu vida como si no te importara nada de lo que pasó, como si fuera fácil terminar todo lo que construimos. Con tu indiferencia pensé que también tenías a alguien más, sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que poco a poco te estabas consumiendo y me sentí ruin.
Yo no quiero hacerte daño, Vic. Sinceramente nunca quise hacerlo. Las cosas se fueron dando hasta lo que ahora nos acontece y aunque no me lo creas siempre estuve seguro de lo que sentía por ti. Quisiera ayudarte, pero no sé cómo; al fin y al cabo yo soy la causa de tu dolor. Nunca quise que las cosas llegaran a este punto, pero me resultaba difícil comprenderte; nunca pudimos arreglar las cosas hablándolas claramente. La mayoría de mujeres deberían entender que ningún hombre sabe a plenitud lo que ustedes quieren, no somos adivinos ni expertos en el comportamiento femenino. Un “nada” es eso: NADA. No importa el tono en que lo digan, los gestos que ocupen o la indirecta que quieran transmitir; sigue siendo un "nada" que solo sirve para excluir al otro de lo que en realidad sentimos.
Después de todo lo que pasó dejé de frecuentar a Silvia, creo que ella ya lo veía venir. Fue difícil dejarla y por momentos me siento mal porque parece que solo la utilicé, pero vos sos la mujer que amo por sobre todas las cosas y con la que siempre he añorado construir un hogar. Es por eso que sigo intentando recuperarte a pesar de todo.
Espero que con todo esto entiendas que una relación no es lineal ni perfecta, hay baches en ella y es responsabilidad de la pareja tratar de salir a flote. Puedes darme la oportunidad de enmendar mi error y demostrar mi genuino arrepentimiento, pero si no sucede solo quiero que sepas algo: en una relación el papel de víctima no te lo impone nadie, te lo das vos solo con las acciones que no afrontás.
Sinceramente, Samuel.