Ciertas noches, el insomnio me acecha y termina acorralándome. Sucede que en esos momentos quiero sentirme diferente a lo habitual, entonces se me ocurre pensar en vos. Y bueno, cuando pienso en vos me dan ganas de escribir, de esas ganas que no se esfuman hasta consumar la idea.

Es que escribir me hace sentir diferente, escribir me regala cierto poder. El poder de expresar todo lo que quizá no pueda vivir, o lo que vivo por dentro y no puedo dejar salir. Como cuando la marea alta deja su marca en la arena, demostrándonos que en algún momento del día fue más fuerte... que en algún momento llegó más lejos.

Nunca me he preguntado qué carajos voy a lograr al escribir sobre esto. Puede ser mucho o puede ser poco. En realidad no lo sé. Sin embargo, las palabras fluyen sin poder evitarlas. Ni siquiera voy releyendo ni editando las frases en este momento, solo escribo sin parar, dejando que el furor del pecho me diga si debo detenerme o no. Quiero imaginar que esto llegará hasta vos de alguna forma. Como cuando sueltas un globo con helio y pides un deseo esperando que se cumpla. Quizá el globo reviente o se desinfle sin cumplir nada ni llegarle a nadie, pero no puedes evitar soñar con un destino incierto.

No sé qué siento en este momento que he ocupado para pensar en vos. Aún no logro comprender cómo te puedo pensar con esta intensidad, cuando nunca te he llamado por tu nombre ni te he soltado un hola despistado. Es quizá lo platónico lo que me hace pensar que esto es lindo, te he idealizado por completo. Como el juguete que el niño ve en los anuncios de la tv y del cual cree que es un artefacto tan estupendo como se muestra en el comercial; el juguete camina solo, pelea solo, hace todo tipo de acciones increíbles y ni siquiera tiene donde colocarle baterías. Todos sabemos qué pasa con ese niño cuando por fin obtiene el juguete... todos sabemos que se desilusiona.

¿Qué se supone que debo hacer con esto que yo sé y que tú no sabes?... Creo que respetar el silencio. Venerar el silencio. Disfrutar el silencio. Supongo que no ganaríamos ni perderíamos nada con interrumpir este secreto. O quién sabe, a veces me gusta imaginar que si yo te lo planteara de alguna forma, vos también quisieras saber esto que yo sé. Que tal vez al sospecharlo te interesaría conocerlo. Como cuando la gente va al cine a ver una película y sin querer un tráiler atrapa su atención. Quisiera que me encontraras de la nada y te pareciera la mejor serendipia de tu vida.

Sin embargo, sigo sin saber qué hacer con esto desconocido que estoy sintiendo. Creo que lo mejor que puedo hacer es escribirlo. Seguir dejando que fluya lo que me hacés sentir. Así como ciertos días fluyen las casualidades entre nosotros. Uno de esos días te vi mirarme fijamente mientras subía las escaleras, te vi acercarte bajo la lluvia y colocarte inquieto a poco más de 40 cm de mí para platicar de fútbol con tus amigos. ¿Serán solo casualidades que me hacen imaginar cosas? No lo sé, yo no creo en casualidades, pero tampoco me animaría a cruzar la línea de la incertidumbre tan fácilmente. Como nadie se atrevería a luchar en medio de una profunda niebla o una desconocida oscuridad.

¿Y entonces qué hago con la incertidumbre?... Abrazarla, aferrarla, no soltarla. Como cuando tienes miedo de saltar a la piscina porque no sabes nadar. No importa si adentro del agua puedes permanecer parado, siempre da miedo el golpe del chapuzón. La inexperiencia hace que te entre agua a la boca o la nariz, y debo decir que aunque son cosas mínimas siempre son molestas. Y sinceramente, no quiero zambullirme antes de estar lista para sumergirme completamente en vos.

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