Observé la noche amor mío. La noche que alguna vez hicimos nuestra entre sonrisas y coqueteos. La que nos incitaba la pasión, la que nos acobijaba bajo el manto de estrellas, a las que le poníamos nombre y dedicatorias eternas.

A tu lado era todo perfección, bella dama. Y con perfección no me refiero a la de los hombres cuya visión es de algo infalible. Hablo de la perfección del alma, donde no importa que algo tenga errores si siempre viene seguido de algo sublime. Y donde cada equivocación puede ser suprimida por tus caricias y tu amor.

Esta noche me transportó al instante de la primera vez que te vi. El día en que tus bellos ojos rozaron mi mirada con sutil malicia. El día en que tu sonrisa atrapó mi respiración con fulminante seducción.

Ese día mi vida era un desastre; antes de ti todos mis días eran así. Llegaste a mi vida y sin querer cambiaste mi mundo, lo hiciste tuyo, lo hiciste nuestro. Cada espacio que tú habitabas se convertía en algo especial, algo único. Siempre fuiste tan bella y frágil, tan sumisa esperanzada. Yo en cambio, siempre fui el idiota perfecto para hacerte infeliz, para ahogar cada gota de la paciencia de tus sentimientos.

¿Fui un patán? ¿Fui un egoísta? No es necesario que lo contestes. Las lágrimas cayendo de tus ojos cuando imaginas estas frases me lo explicaron sin necesidad de que hables. Soy culpable de ser un inconforme, de pretender compartir mis besos y caricias con alguien más que tú. Soy culpable de querer creer que tú estarías siempre para mí, acompañando mis necesidades, soportando mis desplantes y amoríos casuales. Fuiste única y te perdí, todos estos reproches me acompañan esta noche.

En este preciso instante duelen los recuerdos, duelen los "hubiera" que mi mente piensa para remediar esta situación y duelen aún más las lágrimas de aquel atardecer en el que todo se esfumó. La tarde en que vi escaparse el último grano de paciencia de tu parte. Aún recuerdo tus palabras en ese momento: “Hace tiempo que ya no veo el atardecer contigo, junto a ti. Ahora sólo lo veo a tu lado”. Pareciera que es lo mismo, ahora lo pienso y encontré la diferencia. ¿Qué nos pasó, vida mía? ¿Por qué te siento tan lejana de mí? ¿Por qué fui tan estúpido como para perderte?

Soy un hombre débil ante las tentaciones, renuente a las rutinas y un perfecto imbécil que se cree invencible. Te amé, desde el principio y con cada poro de mi piel. Cada mañana imaginaba mi futuro contigo, nuestros hijos, nuestra casa. Cada detalle que formase el sendero que quería caminar “contigo, junto a ti”. Pero el amor es traicionero y a veces nos da bofetadas que nos hacen titubear, que nos hacen temer a las grandezas que adquirimos enamorados.

Me equivoqué tantas veces, amor. Tú también lo hiciste. Pero supongo que mis errores comparados a tus pequeñas equivocaciones, fueron esa gran bola de nieve que cuesta abajo fue creciendo y al final me aplastó. Esa bola de nieve de la cual tuve que reponerme poco a poco, cambiando lo que fui.

Después de tanto lastimarte, yo cambié por nuestro bien. Yo cambié para hacerte feliz, para que te sintieras segura y dejaras de tomar esas actitudes que últimamente te convertían en alguien irreconocible para mí y para todos los que te rodean. Sin embargo, nunca supiste dejar el pasado atrás y saber perdonarme. Nunca diste el paso adelante, soltando viejas amarguras que te provoqué meses atrás.

Vida mía, el amor nunca prospera si te quedas estancada en lo que no fue y en lo que pudo haber sido. El amor avanza en la medida en que puedas enfocarte en lo que podemos ser juntos. Tú y yo somos el centro de este universo, NUESTRO universo, cuya felicidad girará en torno a nuestra unión y lo que podamos hacer por esa unión.

Y ahora mírame aquí, escribiendo una carta que jamás te llegará. Una verdad que jamás podrás leer. No tengo el poder para explicarte y hacerte llegar todo esto, pero te sigo guardando conmigo, amor mío. Aunque estés con otro y sonrías a su lado, y le hagas creer con total naturalidad que lo amas de verdad. Aunque finjas ser feliz y no vivir atormentada por tu conciencia. Aún seguimos bajo la misma luna, amor. La que brilla en cada noche que me confiesa que me sigues amando y que uno que otro recuerdo que cruza por tu mente, es acompañado por un suspiro que a través del viento llega hasta mí.

Algún día estarás conmigo, querida princesa, porque nos amamos y estamos hechos el uno para el otro. Porque no importa cuán lejos estemos, el recuerdo nos ata para siempre.

Cuando cruces la delgada línea entre lo que tú crees que es vida y la que en realidad lo es, descubrirás que en realidad, el "accidente" que provocaste y que me tiene lejos de ti, no me mató a mí, ni a quién creías mi amante.

Mi muerte te mató a ti y te dejó acompañada de esa necedad que crees "vida". Sin mí no eres nada, sin mí eres sólo el vestigio de lo que pudo ser felicidad...

Leave a Reply