Día extrañamente
soleado, pinta para ser un día feliz. El cielo estaba digno para celebrar mi
día especial, sin embargo, todo estaba gris dentro de mí.
Me levanté aturdida, aún no podía comprender la sorpresa de haber despertado de la muerte. La noche anterior me habían asesinado, había dejado de respirar en las manos de un cruel bandido. Sin embargo, vi mi cuerpo levantarse esa mañana, y pensé en seguir paso a paso el día en que velarían mi memoria y me confirmarían que había muerto y que levantarme sólo fue un milagro improvisado.
Salí de mi cuarto y observé a todo el mundo agobiado, dando vueltas y vueltas por mi casa. No era para menos, el infortunio de mi inesperada muerte empezaba a provocar secuelas en la gente. Se veían enojados, parecían preocupados, ocupados y un tanto desesperados, pero por ratos sonreían como si lo que pasó fuese un presagio de felicidad.
Es difícil entender algunas cosas. A veces creemos que cuando nosotros dejemos de vivir las personas que nos aman también dejaran de hacerlo, mas no es así. ¿Creen que de verdad nos aman si al vernos partir ellos también buscan hacer lo mismo? ¿Creen que si alguien se deja morir en vida o se muere literalmente, nos aman totalmente? Si es así, déjenme decirles que se equivocan y que aparte de estar errados, también se comportan como viles egoístas.
El amor no es idolatría. El amor no es dependencia. No es vivir por alguien más, ni vivir para alguien más. El amor es vivir con alguien más y con esto no me refiero a que esa persona esté a tu lado físicamente, me refiero a que está contigo en el alma, en esa parte noble del ser que carece de insomnio, que no tiene memoria y sin embargo, no olvida. Que hace eterno lo interno.
Las personas que nos aman, y nosotros si amamos, podemos seguir viviendo con el recuerdo. Podemos seguir teniendo presente lo que está ausente. No cometamos el error de dejarnos morir cuando alguien que amamos ya no está con nosotros.
Volviendo a mi relato, pronto se acercaron muchas jóvenes y me ayudaron a vestir mi cuerpo, a maquillarme antes de mi velorio. Es irónico, pero hasta los muertos se arreglan mucho más que los vivos a la hora de recibir a las visitas que planean despedirse de ellos.
El tiempo volaba y ellas casi habían terminado conmigo. Me vistieron de un blanco tan puro que yo casi parecía un ángel a punto de entrar a un paraíso. Me adornaron con flores, mientras unas empezaban a llorar y deseaban lo mejor para mí en ese sendero que estaba próximo a caminar.
Llegó la limusina fúnebre. Totalmente negra, pero extrañamente adornada con algunos detalles que pretendían hacerme ver que mi muerte no era tan mala como yo pensaba. Me subieron a ella y emprendimos el camino.
Llegamos a una iglesia e hicieron una pequeña ceremonia en mi nombre, ahí fue donde más me quebré por dentro. Fue la total confirmación de lo que quise negar. En realidad ya estaba muerta, en realidad tenía que despedirme de mi familia, de mis amigos, del hombre a quién en realidad amé en esta vida.
Vi al cómplice de mi asesino al lado mío. Sentí escalofríos al verlo sonreír, totalmente feliz al lado de mi cuerpo. Él estaba completamente complacido. Las cosas habían salido tal cual como lo quería, habían logrado asesinarme. Habían logrado retenerme con él para siempre, alejándome de todos los que amaba.
Luego de esa ceremonia todo fue todavía más triste e inmundo. Estaban a punto de enterrarme, estaba a punto de terminar de aceptar mi nuevo destino. A punto de entender que todo lo que viví antes de este día, todo ese mágico sueño de una chica feliz, ya no podría ser desarrollado.
Perdí lo que amaba, perdí la sonrisa. No quería imaginarme que sería de mí a partir de hoy, qué haría fuera de mi mundo perfecto.
Ya no pude más y rompí en llanto cuando vi mi epitafio: “A la novia más simpática, más guapa en tu día más especial, esperamos sea imborrable en tu corazón para toda tu vida...” Y vaya que fue imborrable, a partir de hoy soy una muerta en vida…
Me levanté aturdida, aún no podía comprender la sorpresa de haber despertado de la muerte. La noche anterior me habían asesinado, había dejado de respirar en las manos de un cruel bandido. Sin embargo, vi mi cuerpo levantarse esa mañana, y pensé en seguir paso a paso el día en que velarían mi memoria y me confirmarían que había muerto y que levantarme sólo fue un milagro improvisado.
Salí de mi cuarto y observé a todo el mundo agobiado, dando vueltas y vueltas por mi casa. No era para menos, el infortunio de mi inesperada muerte empezaba a provocar secuelas en la gente. Se veían enojados, parecían preocupados, ocupados y un tanto desesperados, pero por ratos sonreían como si lo que pasó fuese un presagio de felicidad.
Es difícil entender algunas cosas. A veces creemos que cuando nosotros dejemos de vivir las personas que nos aman también dejaran de hacerlo, mas no es así. ¿Creen que de verdad nos aman si al vernos partir ellos también buscan hacer lo mismo? ¿Creen que si alguien se deja morir en vida o se muere literalmente, nos aman totalmente? Si es así, déjenme decirles que se equivocan y que aparte de estar errados, también se comportan como viles egoístas.
El amor no es idolatría. El amor no es dependencia. No es vivir por alguien más, ni vivir para alguien más. El amor es vivir con alguien más y con esto no me refiero a que esa persona esté a tu lado físicamente, me refiero a que está contigo en el alma, en esa parte noble del ser que carece de insomnio, que no tiene memoria y sin embargo, no olvida. Que hace eterno lo interno.
Las personas que nos aman, y nosotros si amamos, podemos seguir viviendo con el recuerdo. Podemos seguir teniendo presente lo que está ausente. No cometamos el error de dejarnos morir cuando alguien que amamos ya no está con nosotros.
Volviendo a mi relato, pronto se acercaron muchas jóvenes y me ayudaron a vestir mi cuerpo, a maquillarme antes de mi velorio. Es irónico, pero hasta los muertos se arreglan mucho más que los vivos a la hora de recibir a las visitas que planean despedirse de ellos.
El tiempo volaba y ellas casi habían terminado conmigo. Me vistieron de un blanco tan puro que yo casi parecía un ángel a punto de entrar a un paraíso. Me adornaron con flores, mientras unas empezaban a llorar y deseaban lo mejor para mí en ese sendero que estaba próximo a caminar.
Llegó la limusina fúnebre. Totalmente negra, pero extrañamente adornada con algunos detalles que pretendían hacerme ver que mi muerte no era tan mala como yo pensaba. Me subieron a ella y emprendimos el camino.
Llegamos a una iglesia e hicieron una pequeña ceremonia en mi nombre, ahí fue donde más me quebré por dentro. Fue la total confirmación de lo que quise negar. En realidad ya estaba muerta, en realidad tenía que despedirme de mi familia, de mis amigos, del hombre a quién en realidad amé en esta vida.
Vi al cómplice de mi asesino al lado mío. Sentí escalofríos al verlo sonreír, totalmente feliz al lado de mi cuerpo. Él estaba completamente complacido. Las cosas habían salido tal cual como lo quería, habían logrado asesinarme. Habían logrado retenerme con él para siempre, alejándome de todos los que amaba.
Luego de esa ceremonia todo fue todavía más triste e inmundo. Estaban a punto de enterrarme, estaba a punto de terminar de aceptar mi nuevo destino. A punto de entender que todo lo que viví antes de este día, todo ese mágico sueño de una chica feliz, ya no podría ser desarrollado.
Perdí lo que amaba, perdí la sonrisa. No quería imaginarme que sería de mí a partir de hoy, qué haría fuera de mi mundo perfecto.
Ya no pude más y rompí en llanto cuando vi mi epitafio: “A la novia más simpática, más guapa en tu día más especial, esperamos sea imborrable en tu corazón para toda tu vida...” Y vaya que fue imborrable, a partir de hoy soy una muerta en vida…