Sofía caminaba por aquí y por allá. Sus pies pisaban con fuerza el suelo, su mente chocaba con las aves por los aires. En su interior se encontraba un dilema, se debatía una fuerza inexplicable de desesperación. El sentimiento golpeaba fuerte a su sentido común, subestimándolo, desquiciándolo. 

Amaba con toda su alma a Eduardo, con una fuerza tan destructiva que poco a poco acababa con su vida, sus sueños y aspiraciones. La gente llamaba a este amor “costumbre”, “apego”, “acomodamiento”, “conformismo”; al final fuese cual fuese el término, una parte de Sofía lo creía, sabía que era real, pero era demasiado cobarde para admitirlo, para desligarse de su amado, comenzar de nuevo y continuar su camino sola. 

Eduardo era un tipo soñado físicamente, de esos que todavía hay, pero que casi no se encuentran. Alto, lindo, inteligente. Un tipo con una actitud más decidida que ningún otro mortal sobre la faz de la tierra. No confiaba en nadie, no necesitaba a nadie. Bastaba su presencia para hacerse notar. No necesitaba prólogos o preámbulos, era quien era y no necesitaba definición. Y al hablar, ¡oh Dios! Al hablar siempre tenía las palabras perfectas en el momento adecuado, era un maestro elocuente. Fuese mentira o verdad lo que emanaban sus labios, siempre era perfecta su intervención. Todo eso es lo que era Eduardo. Pero pese a escuchar tantas cosas buenas de él y mentalizarlas cada día de su vida, a Sofía le faltaba algo, y ese algo estaba desmoronando su relación. 

“¿Se puede seguir una relación en la que no hay confianza PLENA?”, esa pregunta rebotaba en la mente de Sofía esa tarde, había nubes grises que retenían con fuerza el agua en su interior, tal como ella contenía las lágrimas que imploraban salir de sus ojos y rodar por sus mejillas. Había aguantado tanto las infidelidades de Eduardo. Tipas diferentes, circunstancias diferentes, tiempos diferentes. ¿Cuánto más podría aguantar? ¿Toda la vida?

Marcó el número de teléfono que insistentemente le mandó mensajes esa noche. Suspiro profundamente antes de dar el gran paso. “¿Hola? ¿Sigue tu propuesta en pie?”. Fueron las únicas palabras que Sofía dijo al hablar por teléfono, después de escuchar un “sí” tomó su abrigo y salió de su hogar.

Llego a su destino, llevaba el corazón frío y no pensó ni siquiera un segundo en algo más que no fuese el dolor que llevaba impregnado en el alma gracias a Eduardo. Entró a la habitación de su ayudante vengador, éste la miró fijamente esbozándole una sonrisa de satisfacción. La tomó de la mano, la llevo al altar de liberación. Rasgó con salvajismo sus ropas mientras acariciaba con sutil tacto cada poro de su desesperada piel. La hizo sentir como nunca. Querida y deseada hasta el último respiro de esa madrugada.

Apareció la mañana, luego de un acto bestial de venganza. Sofía aún no terminaba de creer lo que había hecho, de lo que había sido capaz por dolor. Tomó su ropa, evitó un penoso e incómodo momento de despedida con el tipo con el que había tenido sexo, SIN AMOR. Un simple arrebato de locura y de despecho la había empujado hacia tal estupidez. 

“¿Ganaste algo Sofía?”, se decía a sí misma mientras se dirigía a casa de Eduardo para almorzar con él. Ahora él y ella eran iguales. Personas con una relación estable y con aventuras para amenizarla furtivamente.

Fue un almuerzo estupendo. El mejor en tantos años de relación. Ambos estaban tan cariñosos con el otro, tan comprensivos, tan tolerantes. Ambos eran lo más dulce del universo. No se llevaban contrarias. Aceptaban el punto del otro con gran empatía. No pararon de dedicarse sonrisas y besos esa tarde…

***


Que asquerosamente rastrero puede ser el ser humano. Si nos hacen daño y “perdonamos” vivimos en un constante círculo vicioso, en el que si no vengamos la ofensa recibida, no somos felices porque no podemos vivir tranquilos con la sensación de que somos las víctimas y que alguien jugó con nosotros.

Cuando nos vengamos, al principio tenemos la horrible sensación de que nos equivocamos, pero poco a poco, ese sentimiento se ve opacado por la firme convicción de que solamente estábamos “poniendo las cosas a mano”. ¿"Estamos a mano"? Creo que igualando los mecanismos de quién te hirió, estás superándolo completamente. Te convertiste en un títere manejado por una cadena de acciones idiotas y sin sentido.

¿En realidad creen que poniéndose al nivel de quién los hirió en una relación, pueden reconstruir su vida y hacer borrón y cuenta nueva? ¡Creen que eso los hará menos míserables de lo que eran antes, cuando se consideraban víctimas? Yo no lo creo. Se lo dejo a cada quién como tarea…

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